Sábado 21 de enero de 2006
Quien fuera líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) por varios lustros y Jefe del Gobierno de su país entre 1982 y 1996, ofreció a La Nación sus puntos de vista sobre el acontecer público de su país y Europa, su percepción sobre la actuación de Estados Unidos en Irak, el neoliberalismo y su valoración sobre el rol del socialismo renovado en el mundo actual.
Leonardo Miranda
lanacion.cl
Con 63 años, está oficialmente retirado de la política activa. Sin embargo, Felipe González aún mantiene a flor de piel el carisma, el proverbial tacto y la singular agudeza mental que lo hicieron merecedor de un reconocido prestigio tanto dentro como fuera de España, al punto de que no pocos lo consideran uno de los más renombrados estadistas contemporáneos.
Esta condición, aceptada incluso por sus más férreos detractores, le ha permitido a González, quien fuera durante varios lustros líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Jefe del Gobierno de su país entre 1982 y 1996, erigirse en una voz autorizada a la hora de analizar los sucesos y decisiones que marcan la agenda pública hispana e internacional.
Tras una reparadora siesta, tan propia de quienes llevan sangre andaluza, y de la mano de un fino habano que poco y nada pudo disfrutar, el político español ofreció a La Nación sus puntos de vista sobre los temas que signan el acontecer público de su país y Europa, su percepción sobre la actuación de Estados Unidos en Irak, el neoliberalismo y su valoración sobre el rol del socialismo renovado en el mundo actual.

Leonardo Miranda
lanacion.cl
Con 63 años, está oficialmente retirado de la política activa. Sin embargo, Felipe González aún mantiene a flor de piel el carisma, el proverbial tacto y la singular agudeza mental que lo hicieron merecedor de un reconocido prestigio tanto dentro como fuera de España, al punto de que no pocos lo consideran uno de los más renombrados estadistas contemporáneos.
Esta condición, aceptada incluso por sus más férreos detractores, le ha permitido a González, quien fuera durante varios lustros líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Jefe del Gobierno de su país entre 1982 y 1996, erigirse en una voz autorizada a la hora de analizar los sucesos y decisiones que marcan la agenda pública hispana e internacional.
Tras una reparadora siesta, tan propia de quienes llevan sangre andaluza, y de la mano de un fino habano que poco y nada pudo disfrutar, el político español ofreció a La Nación sus puntos de vista sobre los temas que signan el acontecer público de su país y Europa, su percepción sobre la actuación de Estados Unidos en Irak, el neoliberalismo y su valoración sobre el rol del socialismo renovado en el mundo actual.
-Señor González, ¿cómo están las cosas por España?
-Desde un punto de vista socioeconómico existe un panorama razonablemente bueno, que sin exaltarlo es mejor que el de los países centrales de Europa.
-¿Y en lo político?
-¡Ufff! Allí el ambiente está crispado, incluso por encima de cualquier elemento que lo pudiera hacer comprensible, por sobre cualquier racionalidad. Me recuerda mucho al panorama que se vivió en los últimos tres años de mi gobierno, donde se elevó el nivel de descalificación política y de ausencia de debate. En eso estamos nuevamente instalados.
-¿Existen objetivos políticos detrás de ese estado de crispación?
-Es difícil ver el propósito de una situación tan disparatada, pero lo cierto es que se está produciendo...
-¿Esto sería alentado desde la oposición, concretamente desde el Partido Popular?
-Aunque ellos no quieren verlo así, es evidente que durante su gobierno (1996-2004) no hubo crispación. Sí en los tres años antes de su llegada al poder el clima estuvo agitado, y a partir de su salida éste se ha vuelto a crispar, es obvio que ‘alguien’ está agitando las aguas. Si se es responsable desde el punto de vista de la oposición, ¡se hace una oposición seria, pero no se crispa la vida política innecesariamente!
-Uno de los temas candentes en España debe ser la reforma del estatuto de Cataluña, que le otorgaría un mayor grado de autonomía a esa provincia de la que actualmente tiene. ¿Cuál es su postura?
-La evaluación que hice inicialmente cuando conocí el texto fue una valoración crítica prudente.
-¿Por qué?
-Porque ese debate territorial, que obviamente tiene que desenvolverse dentro de los límites de la Constitución, tiene un aspecto que en lo personal me preocupa mucho, que es que el debate territorial se convierta en un enfrentamiento inter-territorial. Eso sí que me parece extremadamente delicado. En el caso español se debe ser muy cuidadoso para mantener la armonía y garantizar el proyecto nacional. Eso es lo que temo que se rompa.
-¿Cómo se ha desenvuelto el Ejecutivo socialista de José Luis Rodríguez Zapatero en este frente?
-Ha sido excesivamente prudente y la prudencia se ha interpretado como una ausencia de respuesta, lo cual ha agudizado más el ataque crispado. Debo decir que, temperamentalmente, yo no hubiese sido tan paciente.
-El actual Gobierno también ha enfrentado tensiones con la Iglesia Católica en temas valóricos como, por ejemplo, con la entrada en vigor de la normativa que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo...
-Sí. Estas fricciones tienen dos vertientes. La primera parte del pre-supuesto de que un Gobierno, por ser de izquierda, es laico. Desde ahí se desliza con facilidad a interpretar que el actual Ejecutivo es anti-religión, algo realmente ridículo. La otra zona de fricción tiene que ver con el tema de financiación, del estatus de la Iglesia Católica en la sociedad.
-A propósito de Rodríguez Zapatero, ¿es cierto que no tiene una buena relación con él y que están distanciados?
-No, eso no es verdad. Lo que se puede y debe decir es que nosotros no hablamos permanentemente. Ahora, desde el punto de vista personal-humano, la empatía es muy fuerte. No hemos tenido ninguna zona de roce, incluso cuando no hemos estado de acuerdo. Por tanto, hay una muy buena relación personal y no hay una comunicación permanente que le permita a nadie decir que existe una cierta dependencia. La derecha y parte de la prensa tienen la tendencia de utilizarme para criticar a Rodríguez Zapatero.
-Durante su Gobierno España ingresó a la Comunidad Económica Europea, hoy la Unión Europea. ¿Cómo ve usted el estado del proceso de integración continental?
-Entre 1985 y 1995 hubo diez años de lo que llamo una ‘galopada europea’ de integración y de transferencia de soberanía para compartirla entre todos. Pero después de 1995, se produjo un agotamiento que venía de la incapacidad para responder a los requerimientos de países que salían de los sistemas comunistas, que tenían tanto derecho como los demás a ser parte de la construcción europea. Desde mi punto de vista, los elementos de cohesión del proyecto europeo se han debilitado y se han fortalecido los intergubernamentales.
-Un signo de esto último sería las dificultades en torno a la Constitución Europea...
-Sí. Hay una crisis que, en parte, tiene que ver con aspectos que los ciudadanos no entienden muy bien, y dicen relación con cómo se está asimilando la integración, cuál será el impacto del ingreso de Turquía y, sobre todo, con una falta de discusión seria en torno a para qué necesitamos la UE en términos económicos, monetarios y políticos. Necesitamos poner en común una estrategia de investigación, desarrollo e innovación, una estrategia energética, una política europea exterior y de seguridad, y explicarles a los ciudadanos que sólo seremos relevantes en este mundo globalizado si claramente tenemos definidos esos elementos.
-¿Cuál es su visión frente a la política exterior de Estados Unidos?
-Soy severamente crítico, pero no exacerbo la crítica, porque quiero que a Estados Unidos no le vaya mal. Me preocupa seriamente que un país tan poderoso como EEUU no sepa ni como irse de Irak ni como quedarse. No tengo ningún placer en decir esto.
-¿Por qué se llegó a este punto?
-Estados Unidos es una gran potencia que por mucho tiempo funcionó con piloto automático y con contrapesos de poder muy serios que hacían trabajar a sus presidentes en unos márgenes muy estrechos. Pero de pronto, un acontecimiento tan brutal como los ataques del 11 de septiembre de 2001 hicieron saltar ese piloto automático, dejando ese inmenso aparato en unas pocas manos para conducirlo de acuerdo con su voluntad de poder. Luego, los márgenes de error que se pueden cometer son mayores y las capacidades de corregir, mucho más difíciles.
-¿Qué esperaría de la administración Bush?
-Que recuperara una razonable dosis de multilateralismo, que contara de verdad con los aliados y que salieran de esa trampa en que se ha convertido Irak, que hace tiempo se arrastra, que nos lleva a pensar que el enemigo de mi enemigo es nuestro amigo. Soy crítico de la gestión exterior de EEUU, pero no soy un crítico ni banal ni ideológico.
-¿En que pie observa al proyecto socialista renovado en el mundo?
-Desde el punto de vista de la Internacional Socialista (IS), estamos, por decirlo suavemente, muy por debajo de las necesidades y de la potencialidad de un pensamiento socialdemócrata renovado. La socialdemocracia no se define por una meta, sino que por un camino. Y naturalmente, en ese camino hay que hacer un gran esfuerzo de adaptación a realidades que son diferentes en cada período histórico. Por tanto, siempre se debe tener una cierta lealtad de objetivos, pero también una gran capacidad de ser versátil en los instrumentos. La IS no está respondiendo a ese nuevo desafío, ni aprovechando esa potencialidad que tuvo cuando Willy Brandt transformó el movimiento socialdemócrata de algo intra-europeo en algo global.
-¿No considera que se está perdiendo la batalla contra el neoliberalismo?
-No. Los fenómenos son muy complicados. Curiosamente, quien está perdiendo la batalla es el neoliberalismo fundamentalista.
-¿En qué basa esta afirmación?
-Con la caída del muro de Berlín (1989), cuando aparecen esas ridículas exageraciones del fin de la historia y de la preeminencia de un solo modelo, el neoliberalismo deja de confrontarse con una alternativa sistémica como el comunismo, y comienza a enfrentarse consigo mismo. Esta dicotomía es muy seria y está provocando algunos despistes, en términos de que la gente que está cansada de la aplicación de ese modelo está buscando fórmulas alternativas y a veces esas fórmulas la hacen caer en las promesas populistas. Ese es un gran espacio para la reflexión de un pensamiento moderno socialdemócrata.
-Desde un punto de vista socioeconómico existe un panorama razonablemente bueno, que sin exaltarlo es mejor que el de los países centrales de Europa.
-¿Y en lo político?
-¡Ufff! Allí el ambiente está crispado, incluso por encima de cualquier elemento que lo pudiera hacer comprensible, por sobre cualquier racionalidad. Me recuerda mucho al panorama que se vivió en los últimos tres años de mi gobierno, donde se elevó el nivel de descalificación política y de ausencia de debate. En eso estamos nuevamente instalados.
-¿Existen objetivos políticos detrás de ese estado de crispación?
-Es difícil ver el propósito de una situación tan disparatada, pero lo cierto es que se está produciendo...
-¿Esto sería alentado desde la oposición, concretamente desde el Partido Popular?
-Aunque ellos no quieren verlo así, es evidente que durante su gobierno (1996-2004) no hubo crispación. Sí en los tres años antes de su llegada al poder el clima estuvo agitado, y a partir de su salida éste se ha vuelto a crispar, es obvio que ‘alguien’ está agitando las aguas. Si se es responsable desde el punto de vista de la oposición, ¡se hace una oposición seria, pero no se crispa la vida política innecesariamente!
-Uno de los temas candentes en España debe ser la reforma del estatuto de Cataluña, que le otorgaría un mayor grado de autonomía a esa provincia de la que actualmente tiene. ¿Cuál es su postura?
-La evaluación que hice inicialmente cuando conocí el texto fue una valoración crítica prudente.
-¿Por qué?
-Porque ese debate territorial, que obviamente tiene que desenvolverse dentro de los límites de la Constitución, tiene un aspecto que en lo personal me preocupa mucho, que es que el debate territorial se convierta en un enfrentamiento inter-territorial. Eso sí que me parece extremadamente delicado. En el caso español se debe ser muy cuidadoso para mantener la armonía y garantizar el proyecto nacional. Eso es lo que temo que se rompa.
-¿Cómo se ha desenvuelto el Ejecutivo socialista de José Luis Rodríguez Zapatero en este frente?
-Ha sido excesivamente prudente y la prudencia se ha interpretado como una ausencia de respuesta, lo cual ha agudizado más el ataque crispado. Debo decir que, temperamentalmente, yo no hubiese sido tan paciente.
-El actual Gobierno también ha enfrentado tensiones con la Iglesia Católica en temas valóricos como, por ejemplo, con la entrada en vigor de la normativa que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo...
-Sí. Estas fricciones tienen dos vertientes. La primera parte del pre-supuesto de que un Gobierno, por ser de izquierda, es laico. Desde ahí se desliza con facilidad a interpretar que el actual Ejecutivo es anti-religión, algo realmente ridículo. La otra zona de fricción tiene que ver con el tema de financiación, del estatus de la Iglesia Católica en la sociedad.
-A propósito de Rodríguez Zapatero, ¿es cierto que no tiene una buena relación con él y que están distanciados?
-No, eso no es verdad. Lo que se puede y debe decir es que nosotros no hablamos permanentemente. Ahora, desde el punto de vista personal-humano, la empatía es muy fuerte. No hemos tenido ninguna zona de roce, incluso cuando no hemos estado de acuerdo. Por tanto, hay una muy buena relación personal y no hay una comunicación permanente que le permita a nadie decir que existe una cierta dependencia. La derecha y parte de la prensa tienen la tendencia de utilizarme para criticar a Rodríguez Zapatero.
-Durante su Gobierno España ingresó a la Comunidad Económica Europea, hoy la Unión Europea. ¿Cómo ve usted el estado del proceso de integración continental?
-Entre 1985 y 1995 hubo diez años de lo que llamo una ‘galopada europea’ de integración y de transferencia de soberanía para compartirla entre todos. Pero después de 1995, se produjo un agotamiento que venía de la incapacidad para responder a los requerimientos de países que salían de los sistemas comunistas, que tenían tanto derecho como los demás a ser parte de la construcción europea. Desde mi punto de vista, los elementos de cohesión del proyecto europeo se han debilitado y se han fortalecido los intergubernamentales.
-Un signo de esto último sería las dificultades en torno a la Constitución Europea...
-Sí. Hay una crisis que, en parte, tiene que ver con aspectos que los ciudadanos no entienden muy bien, y dicen relación con cómo se está asimilando la integración, cuál será el impacto del ingreso de Turquía y, sobre todo, con una falta de discusión seria en torno a para qué necesitamos la UE en términos económicos, monetarios y políticos. Necesitamos poner en común una estrategia de investigación, desarrollo e innovación, una estrategia energética, una política europea exterior y de seguridad, y explicarles a los ciudadanos que sólo seremos relevantes en este mundo globalizado si claramente tenemos definidos esos elementos.
-¿Cuál es su visión frente a la política exterior de Estados Unidos?
-Soy severamente crítico, pero no exacerbo la crítica, porque quiero que a Estados Unidos no le vaya mal. Me preocupa seriamente que un país tan poderoso como EEUU no sepa ni como irse de Irak ni como quedarse. No tengo ningún placer en decir esto.
-¿Por qué se llegó a este punto?
-Estados Unidos es una gran potencia que por mucho tiempo funcionó con piloto automático y con contrapesos de poder muy serios que hacían trabajar a sus presidentes en unos márgenes muy estrechos. Pero de pronto, un acontecimiento tan brutal como los ataques del 11 de septiembre de 2001 hicieron saltar ese piloto automático, dejando ese inmenso aparato en unas pocas manos para conducirlo de acuerdo con su voluntad de poder. Luego, los márgenes de error que se pueden cometer son mayores y las capacidades de corregir, mucho más difíciles.
-¿Qué esperaría de la administración Bush?
-Que recuperara una razonable dosis de multilateralismo, que contara de verdad con los aliados y que salieran de esa trampa en que se ha convertido Irak, que hace tiempo se arrastra, que nos lleva a pensar que el enemigo de mi enemigo es nuestro amigo. Soy crítico de la gestión exterior de EEUU, pero no soy un crítico ni banal ni ideológico.
-¿En que pie observa al proyecto socialista renovado en el mundo?
-Desde el punto de vista de la Internacional Socialista (IS), estamos, por decirlo suavemente, muy por debajo de las necesidades y de la potencialidad de un pensamiento socialdemócrata renovado. La socialdemocracia no se define por una meta, sino que por un camino. Y naturalmente, en ese camino hay que hacer un gran esfuerzo de adaptación a realidades que son diferentes en cada período histórico. Por tanto, siempre se debe tener una cierta lealtad de objetivos, pero también una gran capacidad de ser versátil en los instrumentos. La IS no está respondiendo a ese nuevo desafío, ni aprovechando esa potencialidad que tuvo cuando Willy Brandt transformó el movimiento socialdemócrata de algo intra-europeo en algo global.
-¿No considera que se está perdiendo la batalla contra el neoliberalismo?
-No. Los fenómenos son muy complicados. Curiosamente, quien está perdiendo la batalla es el neoliberalismo fundamentalista.
-¿En qué basa esta afirmación?
-Con la caída del muro de Berlín (1989), cuando aparecen esas ridículas exageraciones del fin de la historia y de la preeminencia de un solo modelo, el neoliberalismo deja de confrontarse con una alternativa sistémica como el comunismo, y comienza a enfrentarse consigo mismo. Esta dicotomía es muy seria y está provocando algunos despistes, en términos de que la gente que está cansada de la aplicación de ese modelo está buscando fórmulas alternativas y a veces esas fórmulas la hacen caer en las promesas populistas. Ese es un gran espacio para la reflexión de un pensamiento moderno socialdemócrata.

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