
Funa a un guardia de la Municipalidad de Providencia
La Comisión Funa se encarga de denunciar a los asesinos, torturadores y cómplices de la dictadura. Esta vez fue el mayor (R) Enrique Sandoval, empleado del alcalde Cristián Labbé y acusado de participar en el asesinato dos adolescentes. En medio de la funa andaba, enojado, el escritor y librero Luis “Paco” Rivano, a quien Labbé acostumbra a comprarle libros.
Gonzalo León
La Nación
Un grupito espera que llegue un papelógrafo en la esquina de Pedro de Valdivia con Eliodoro Yañez, a metros de la Municipalidad de Providencia, para iniciar la funa al mayor (R) Enrique Sandoval Arancibia, empleado de seguridad del alcalde Cristián Labbé. Miro la hora de mi celular nuevamente y le pregunto al vocero de la Comisión Funa, Julio Oliva, por dónde viene el famoso papelógrafo.
Gonzalo León
La Nación
Un grupito espera que llegue un papelógrafo en la esquina de Pedro de Valdivia con Eliodoro Yañez, a metros de la Municipalidad de Providencia, para iniciar la funa al mayor (R) Enrique Sandoval Arancibia, empleado de seguridad del alcalde Cristián Labbé. Miro la hora de mi celular nuevamente y le pregunto al vocero de la Comisión Funa, Julio Oliva, por dónde viene el famoso papelógrafo.
-Arriba de una micro -contesta.
No sabía que las pancartas usaban el transporte colectivo. Pero un momento. Vean lo que pasa ahora. Un vagabundo, junto a dos niños, se detiene y comienza a hablarnos.
-Caballero, tuve un accidente y necesito una monea pal doctor.
Un dudoso parche en cruz cubre un lado de su cabeza. Ante la insistencia del vagabundo, una mujer decide ponerlo en su lugar.
-Somos gente de izquierda, o sea pobres.
Al escuchar esto, el vagabundo se retira mascullando “yo no me meto en política y no me gustan los pobres”.
Retomo entonces mi conversación con Julio Oliva y le pregunto por la semejanza entre su movimiento y el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo.
-Tenemos la mística, la acción no violenta del Sebastián Acevedo -explica-. Aunque, claro, el contenido de la manifestación es violento, pero la acción misma no, porque aquí nunca hay ni un vidrio quebrado.
Recuerdo el homónimo grupo de Conce y al periodista-actor de Fonasa, Juan Pablo Donoso, perdido en vahos que afectan el sistema nervioso central, enseñándome el vinilo hace más de trece años. Pero como aquí no habrá ningún vidrio quebrado, no me explico este recuerdo, ni menos la presencia de Carabineros en la otra esquina.
-¡Llegó el papelógrafo! -anuncia Julio Oliva extasiado.
Una diminuta mujer ha llegado finalmente con la bendita pancarta, que, como ustedes ven, en estos momentos es desplegada para iniciar la marcha.
No sabía que las pancartas usaban el transporte colectivo. Pero un momento. Vean lo que pasa ahora. Un vagabundo, junto a dos niños, se detiene y comienza a hablarnos.
-Caballero, tuve un accidente y necesito una monea pal doctor.
Un dudoso parche en cruz cubre un lado de su cabeza. Ante la insistencia del vagabundo, una mujer decide ponerlo en su lugar.
-Somos gente de izquierda, o sea pobres.
Al escuchar esto, el vagabundo se retira mascullando “yo no me meto en política y no me gustan los pobres”.
Retomo entonces mi conversación con Julio Oliva y le pregunto por la semejanza entre su movimiento y el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo.
-Tenemos la mística, la acción no violenta del Sebastián Acevedo -explica-. Aunque, claro, el contenido de la manifestación es violento, pero la acción misma no, porque aquí nunca hay ni un vidrio quebrado.
Recuerdo el homónimo grupo de Conce y al periodista-actor de Fonasa, Juan Pablo Donoso, perdido en vahos que afectan el sistema nervioso central, enseñándome el vinilo hace más de trece años. Pero como aquí no habrá ningún vidrio quebrado, no me explico este recuerdo, ni menos la presencia de Carabineros en la otra esquina.
-¡Llegó el papelógrafo! -anuncia Julio Oliva extasiado.
Una diminuta mujer ha llegado finalmente con la bendita pancarta, que, como ustedes ven, en estos momentos es desplegada para iniciar la marcha.
Los familiares y el “Paco”
Nos repartieron volantes que detallaban los crímenes de Sandoval Arancibia, y caminamos hasta aquí: el frontis de la Municipalidad de Providencia. En el trayecto, extendí el volante ante los ojos de casi una decena de carabineros, pero ninguno me pescó. Unos se sonrieron, otros se quedaron serios.
“Si no hay justicia, hay funa”, repetimos tres veces a todo pulmón, para luego agregar: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a funar”. En fin, es loable, pienso.
Antes de detallar a viva voz el crimen perpetuado en contra de su hermano Lisandro, Héctor Sandoval (coincidencia de apellido con el funado) me cuenta que el año ’81 el mayor, junto a Álvaro Corbalán, ex director de la CNI, emboscaron y asesinaron a su hermano por la espalda.
-Cuando me enteré de la noticia -complementa Héctor-, yo estaba en Concepción. Nos demoramos tres meses en llegar a Santiago, ya que eludimos los cercos policiales a pie.
Héctor es presidente de la Corporación de Rescate de la Memoria Histórica de Concepción y vocero de los ex presos políticos del MIR. Le comento que el significado del mirismo ha desaparecido. Recuerdo a un Presidente de Bolivia de ese partido, catalogado por todos, incluso él mismo, como de derecha. Hoy cualquiera pasa por mirista, pienso.
-¡Ah, claro! -exclama él-. Pero yo creo que hay una cultura MIR que va a permanecer y que está ligada principalmente a sus antecedentes históricos, como la Vanguardia Revolucionaria y la Vanguardia Nacional Revolucionaria.
No tengo idea qué son, o fueron, esas organizaciones. Pongo atención a la funa. Ahora, el hermano de Carlos Fariña Oyarce, asesinado a los 14 años en la población La Pincoya grita:
-Funcionarios de la municipalidad tengan cuidado, porque este funcionario mata a niños.
A lo lejos, observo al escritor y librero Luis “Paco” Rivano. ¿Pero qué hace aquí? Hago memoria. Y sí, claro, se prepara la clásica feria del libro de Providencia.
-No saben -dice Rivano con enfado-, te apuesto a que estos pobres huevones no saben que funa viene del lenguaje del hampa. Un funado es cuando a un hampón o criminal se le hace la ficha.
Álvaro Hoppe, nuestro inquieto fotógrafo, quien ha estado haciendo sus tomas a la funa, se acerca justo para escuchar la intervención de Paco Rivano. Hoppe lo saluda con afecto. Su padre fue carabinero, por lo que entre Rivano y él hay un especial cariño, que obviamente no tiene nada que ver con la política.
-Yo creo, Paco, que ellos sí saben lo que significa funa. De hecho -muestra el volante-, esto es una ficha, ¿o no?
Paco Rivano no quiere ver. Aprovecho entonces para preguntarle si el alcalde Labbé le compra libros.
-Aquí todos los funcionarios municipales compran libros, incluso el funado, pero el alcalde es quien más compra.
-Y dígame, ¿cómo es el mayor Sandoval?
Paco Rivano se pone serio.
-¡Es una excelente persona! Lo conozco hace diez años. Lo que pasa es que estos cabros no entienden que la huevada de los derechos humanos terminó hace mucho. De verdad, a mí me da rabia, cuando a mi librería llega un gringo preguntando por un libro de historia. Entonces, yo le recomiendo a don Francisco Antonio Encina, pero el gringo lo revisa y me dice que quiere algo donde salga Pinochet.
Nos repartieron volantes que detallaban los crímenes de Sandoval Arancibia, y caminamos hasta aquí: el frontis de la Municipalidad de Providencia. En el trayecto, extendí el volante ante los ojos de casi una decena de carabineros, pero ninguno me pescó. Unos se sonrieron, otros se quedaron serios.
“Si no hay justicia, hay funa”, repetimos tres veces a todo pulmón, para luego agregar: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a funar”. En fin, es loable, pienso.
Antes de detallar a viva voz el crimen perpetuado en contra de su hermano Lisandro, Héctor Sandoval (coincidencia de apellido con el funado) me cuenta que el año ’81 el mayor, junto a Álvaro Corbalán, ex director de la CNI, emboscaron y asesinaron a su hermano por la espalda.
-Cuando me enteré de la noticia -complementa Héctor-, yo estaba en Concepción. Nos demoramos tres meses en llegar a Santiago, ya que eludimos los cercos policiales a pie.
Héctor es presidente de la Corporación de Rescate de la Memoria Histórica de Concepción y vocero de los ex presos políticos del MIR. Le comento que el significado del mirismo ha desaparecido. Recuerdo a un Presidente de Bolivia de ese partido, catalogado por todos, incluso él mismo, como de derecha. Hoy cualquiera pasa por mirista, pienso.
-¡Ah, claro! -exclama él-. Pero yo creo que hay una cultura MIR que va a permanecer y que está ligada principalmente a sus antecedentes históricos, como la Vanguardia Revolucionaria y la Vanguardia Nacional Revolucionaria.
No tengo idea qué son, o fueron, esas organizaciones. Pongo atención a la funa. Ahora, el hermano de Carlos Fariña Oyarce, asesinado a los 14 años en la población La Pincoya grita:
-Funcionarios de la municipalidad tengan cuidado, porque este funcionario mata a niños.
A lo lejos, observo al escritor y librero Luis “Paco” Rivano. ¿Pero qué hace aquí? Hago memoria. Y sí, claro, se prepara la clásica feria del libro de Providencia.
-No saben -dice Rivano con enfado-, te apuesto a que estos pobres huevones no saben que funa viene del lenguaje del hampa. Un funado es cuando a un hampón o criminal se le hace la ficha.
Álvaro Hoppe, nuestro inquieto fotógrafo, quien ha estado haciendo sus tomas a la funa, se acerca justo para escuchar la intervención de Paco Rivano. Hoppe lo saluda con afecto. Su padre fue carabinero, por lo que entre Rivano y él hay un especial cariño, que obviamente no tiene nada que ver con la política.
-Yo creo, Paco, que ellos sí saben lo que significa funa. De hecho -muestra el volante-, esto es una ficha, ¿o no?
Paco Rivano no quiere ver. Aprovecho entonces para preguntarle si el alcalde Labbé le compra libros.
-Aquí todos los funcionarios municipales compran libros, incluso el funado, pero el alcalde es quien más compra.
-Y dígame, ¿cómo es el mayor Sandoval?
Paco Rivano se pone serio.
-¡Es una excelente persona! Lo conozco hace diez años. Lo que pasa es que estos cabros no entienden que la huevada de los derechos humanos terminó hace mucho. De verdad, a mí me da rabia, cuando a mi librería llega un gringo preguntando por un libro de historia. Entonces, yo le recomiendo a don Francisco Antonio Encina, pero el gringo lo revisa y me dice que quiere algo donde salga Pinochet.
La secretaria del alcalde
La funa está llegando a su fin. Me vuelvo a acercar a Julio Oliva y le cuento lo que recién me ha dicho Paco Rivano.
-La gente debe entender que lo que hacemos es una acción ciudadana. Más allá de lo que sean capaces de hacer los tribunales, creemos que es necesario que la gente sepa con quién está conviviendo. Ahora, si me disculpas.
Hoppe se aproxima para sugerirme que hablemos con el alcalde. Le hago caso. Nos encaminamos a la oficina de Informaciones. Nos atiende una amable secretaria. Le comunico nuestras intenciones. La secretaria disca el anexo de Relaciones Públicas, pero se equivoca.
-Discúlpenme, pero esta manifestación me tiene nerviosa.
-¿Por qué? -pregunta el entrometido de Hoppe.
La secretaria, de nombre Mónica Zegers, me enseña una foto de su hermano aviador.
-A mí me asesinaron a un hermano. Y cuando mi papá me llamó por teléfono para contarme la noticia, el 20 de agosto de 1989, yo le dije inmediatamente que había que olvidar y que confiáramos en la justicia divina.
Justicia divina me suena a lo que me dijo mi hermano adventista, cuando vino a pedir que me endeudara con un banco para invertir en un negocio suyo. ¿Y cómo sé yo que voy a poder pagar el préstamo?, le pregunté. “Gonzalo, hay que confiar en el Señor”, respondió él, extendiendo los brazos.
-Fue asesinado -continúa Mónica- por el Frente Manuel Rodríguez en el Comando de Aviación. ¿Y tú sabes qué hizo Aylwin con los asesinos?
Por un segundo, tomo la bola de cristal imaginaria que a veces deforma el bolsillo de mi chaqueta, pero no, no veo nada.
-Los indultó en 1993 y los envió junto a sus familias ¡¡a Bélgica!!... con todos los gastos pagados... Pero, como te digo, yo ya olvidé, y toda esta gente que se estaba manifestando debería hacer lo mismo.
-Por lo que me doy cuenta, tú no has olvidado completamente. Tienes la foto de tu hermano en el escritorio y cualquier demanda por justicia te pone nerviosa.
-Tienes razón, pero lo hago sin odio. En cambio, toda la gente de izquierda siente odio en sus corazones.
No sé qué decir. Mónica no está bien.
-Y dígame, ¿cómo fue asesinado su hermano? -interroga Hoppe.
La mujer se demora en contestar.
-Esto lo tienen que saber. El año 1989, los terroristas preparaban un magnicidio. Dispusieron cohetes LOW contra la Academia de Guerra, donde estaban reunidos todos los generales. Afortunadamente, los cohetes no funcionaron.
No entiendo qué tiene que ver ese intento fallido con el asesinato de su hermano.
-En el supermercado -agrega intempestivamente-, una vez me encontré con Sergio Buschmann, el que internó las armas, le estreché la mano y le dije que se cuidara.
Pienso que eso suena como amenaza y recuerdo las veces que me he topado con Buschmann en el bar Inés de Suárez y en el Metro. En ambas ocasiones lo noté cansado.
-Bueno, ¿pero ustedes quieren hablar con Relaciones Públicas? -pregunta más calmada Mónica.
Disca el número. Tras unos segundos, afirma:
-Nadie contesta, pero si quieres, dejo el recado.
Acepto la sugerencia. Salgo de la oficina. Afuera, diviso a un par de guardias de la municipalidad, colegas del mayor en retiro. Me aproximo para preguntarles qué opinan de él, pero, como anticipó la secretaria, por aquí nadie contesta. LND
La funa está llegando a su fin. Me vuelvo a acercar a Julio Oliva y le cuento lo que recién me ha dicho Paco Rivano.
-La gente debe entender que lo que hacemos es una acción ciudadana. Más allá de lo que sean capaces de hacer los tribunales, creemos que es necesario que la gente sepa con quién está conviviendo. Ahora, si me disculpas.
Hoppe se aproxima para sugerirme que hablemos con el alcalde. Le hago caso. Nos encaminamos a la oficina de Informaciones. Nos atiende una amable secretaria. Le comunico nuestras intenciones. La secretaria disca el anexo de Relaciones Públicas, pero se equivoca.
-Discúlpenme, pero esta manifestación me tiene nerviosa.
-¿Por qué? -pregunta el entrometido de Hoppe.
La secretaria, de nombre Mónica Zegers, me enseña una foto de su hermano aviador.
-A mí me asesinaron a un hermano. Y cuando mi papá me llamó por teléfono para contarme la noticia, el 20 de agosto de 1989, yo le dije inmediatamente que había que olvidar y que confiáramos en la justicia divina.
Justicia divina me suena a lo que me dijo mi hermano adventista, cuando vino a pedir que me endeudara con un banco para invertir en un negocio suyo. ¿Y cómo sé yo que voy a poder pagar el préstamo?, le pregunté. “Gonzalo, hay que confiar en el Señor”, respondió él, extendiendo los brazos.
-Fue asesinado -continúa Mónica- por el Frente Manuel Rodríguez en el Comando de Aviación. ¿Y tú sabes qué hizo Aylwin con los asesinos?
Por un segundo, tomo la bola de cristal imaginaria que a veces deforma el bolsillo de mi chaqueta, pero no, no veo nada.
-Los indultó en 1993 y los envió junto a sus familias ¡¡a Bélgica!!... con todos los gastos pagados... Pero, como te digo, yo ya olvidé, y toda esta gente que se estaba manifestando debería hacer lo mismo.
-Por lo que me doy cuenta, tú no has olvidado completamente. Tienes la foto de tu hermano en el escritorio y cualquier demanda por justicia te pone nerviosa.
-Tienes razón, pero lo hago sin odio. En cambio, toda la gente de izquierda siente odio en sus corazones.
No sé qué decir. Mónica no está bien.
-Y dígame, ¿cómo fue asesinado su hermano? -interroga Hoppe.
La mujer se demora en contestar.
-Esto lo tienen que saber. El año 1989, los terroristas preparaban un magnicidio. Dispusieron cohetes LOW contra la Academia de Guerra, donde estaban reunidos todos los generales. Afortunadamente, los cohetes no funcionaron.
No entiendo qué tiene que ver ese intento fallido con el asesinato de su hermano.
-En el supermercado -agrega intempestivamente-, una vez me encontré con Sergio Buschmann, el que internó las armas, le estreché la mano y le dije que se cuidara.
Pienso que eso suena como amenaza y recuerdo las veces que me he topado con Buschmann en el bar Inés de Suárez y en el Metro. En ambas ocasiones lo noté cansado.
-Bueno, ¿pero ustedes quieren hablar con Relaciones Públicas? -pregunta más calmada Mónica.
Disca el número. Tras unos segundos, afirma:
-Nadie contesta, pero si quieres, dejo el recado.
Acepto la sugerencia. Salgo de la oficina. Afuera, diviso a un par de guardias de la municipalidad, colegas del mayor en retiro. Me aproximo para preguntarles qué opinan de él, pero, como anticipó la secretaria, por aquí nadie contesta. LND

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