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La insostenible precariedad de la clase media (en Chile)

Domingo 8 de enero de 2006
La pesadilla de perderlo todo
¿Qué posibilidades tiene una persona de caer repentinamente en la pobreza? 80% de la población tiene razones para temer ese destino. Esta es una de las conclusiones del estudio “Movilidad y vulnerabilidad en Chile”, elaborado por la Corporación Expansiva y que incluyó más de cuatro mil hogares en todo el país.
Nación Domingo
Francisca Araya / Daniel Salgado


Una crisis económica podría dejar en la ruina a la gran mayoría de las familias chilenas. La clase media –unos más, otros menos– es tremendamente frágil frente a situaciones como la pérdida del trabajo, la enfermedad del sostenedor de la familia o la quiebra de un negocio.
“Tú puedes decir: hoy gano 150 mil pesos, mañana voy a ganar 500 mil y el próximo año un millón. Si así fuera, sería muy positivo. Pero también hay movilidad cuando mis ingresos bajan de medio millón a 150 mil pesos. Este tipo de movilidad se entiende como vulnerabilidad y nosotros descubrimos que ésta es muy alta en Chile con respecto a otros países”, señala Dante Contreras, uno de los autores del estudio Expansiva, que consistió en un seguimiento a 4.800 hogares entre los años 1996 y 2001.
Los no vulnerables son los “dueños de algo” que les permite evadir estas crisis: “Quien posee alta educación no es tan vulnerable, porque si no consigue trabajo dentro de su profesión puede trabajar en una tienda, como taxista; tiene más alternativas que el que tiene baja educación”.
Según Contreras, el segmento “seguro” no llega al 20% de la población. “Es bien chiquitito”, concluye. Según la investigación, el sector donde hay menos movilidad social es en el 10% más rico de la población: son muy pocas las personas que entran y salen de este grupo. No así de los que componen el 90% restante.
–¿Acaso Chile no es el país de la clase media mayoritaria?
–Eso es un mito hace rato. Chile es un país de alta desigualdad, donde la clase media es muy vulnerable de caer en la pobreza; ese es el mensaje de este estudio. Aquí, clase media no es sinónimo de seguridad, para nada.

EMPRESARIO FRUSTRADO
Juan Carlos Domínguez
y su mujer vivían hace tres años en una parcela de cinco mil metros cuadrados en las afueras de Santiago. Ambos eran jefes de departamento en sus respectivas empresas. Entre los dos recibían un ingreso de dos millones de pesos y mantenían una casa de 240 metros cuadrados, dos autos del año, empleada y jardinero.
Domínguez tenía un hijo de dos años y el segundo venía en camino, pero nunca los veía porque se la pasaba viajando. Renunció: quería más tiempo libre y formar su propia empresa. Lo hizo, pero los esporádicos resultados de su nuevo negocio nunca fueron los esperados; al año, la plata se le acabó. Ni siquiera tenían para pagar el agua ni la luz. Al año ya dependía casi exclusivamente de la ayuda económica de sus padres y suegros.
Abandonaron la parcela para irse a una casa cuatro veces más pequeña ubicada en una villa en La Florida. La mitad de sus muebles y artefactos domésticos no les cabían, ni tampoco la cama de dos plazas, un bar, un calefactor “bosca”, el congelador, alfombras, cortinas, un televisor..., por lo que, junto con el auto más caro, fueron vendidos. Por necesidad y por espacio.
Nunca habían ahorrado ni un solo peso. El estilo de vida que llevaban los tenía siempre con los gastos al límite de sus ingresos: “Nos endeudamos con cosas innecesarias, como muebles y electrodomésticos de lujo, viajes y panoramas de alto costo”, cuenta Domínguez.
Después de un par de años en estado crítico lograron estabilizarse. Sin embargo, Domíguez aún no se siente “recuperado” del impacto que le significó el fracaso de su empresa. Todavía deben varios millones de pesos y “sólo cuando tenga mis deudas controladas sentiré que esta crisis ha terminado”.

SIN NAVIDAD NI AÑO NUEVO
Justo en el peor momento, tal vez precisamente por eso, a Daniel Asenjo lo estafaron. En 1998, junto con la ola proveniente de la crisis financiera asiática, le empezó a ir de mal a pésimo. Los negocios se vinieron a pique, su productora –proveedora de marketing– se quedó sin eventos. Durante 12 años, la empresa había sido el sostén de su familia. Dice que al año facturaba entre 80 y 120 millones de pesos, y que después de la caída sus ingresos apenas alcanzaban los 300 mil pesos mensuales. Ahora tiene 45 años, esposa, dos hijos y una deuda que supera los 10 millones.
En medio de todo eso, agrega, el contador con el que trabajó durante 15 años lo estafó con dos cheques en blanco que tenía en su poder. Un día, una persona a la que jamás había visto en su vida llegó a cobrarle dos millones de pesos. Llamó al contador y su oficina ya no existía. Después, supo que no era el único y que dentro de todo la había sacado barata, porque a otra persona la habían estafado por 15 millones.
Entre 1998 y 2000 trató de hacer subsistir la empresa como pudo: organizó eventos a menor precio, contrayendo más deudas y haciendo malabarismos para sobrevivir, porque las empresas que contrataban sus servicios pagaban con varios meses de atraso.
“Una vez tuve que hacerle un comercial a una importante universidad privada poniendo plata de mi bolsillo, y me pagaron seis meses después. Me quedé sin Navidad ni Año Nuevo, sin vacaciones, sin plata para matricular a los niños en el colegio y con la bronca de mi señora, que me retaba por trabajar gratis”.
Finalmente tuvo que cerrar la empresa y empezar a “pitutear” en otras agencias. “Para pagar las deudas vendimos un montón de cosas, entre medio un departamento que compré para poder arrendar y aumentar los ingresos. Nos estamos echando todo lo que invertimos. Y todavía me quedan como 25 años para jubilarme. Se suponía que eso era para el final. En esta pega uno no está contratado, entonces uno tiene que hacerse la jubilación, pero nunca cuenta con estas cosas que pasan en la mitad de la vida”.

DEL BANCO A RECOGER BASURA
“Ni que fueras una galla de población”, le decía su familia a Gloria Echeverría porque permitía que su pareja la golpeara. En los años ’90 trabajaba como ejecutiva de cuentas de la subgerencia automotriz del Banco Sudamericano, donde ganaba cerca de un millón y medio de pesos al mes. Pero afirma que eran tantos los escándalos y los moretones que le dejaban sus pleitos con el hombre, que por vergüenza abandonó el empleo.
Echeverría estudió en el colegio de monjas Compañía de María, de Apoquindo, vivía en Vitacura en un típico hogar de clase media acomodada, con normas rígidas, visitas periódicas a la iglesia y viajes a Europa en las vacaciones. Su padre es médico y su hermana y hermano estudiaron odontología y medicina respectivamente. Ella estudió publicidad y mecánica dental, pero no terminó ninguna de las dos carreras. Se dedicó, en cambio, a vender tarjetas de crédito, y así llegó a tener aquel puesto de importancia en el banco.
Estuvo casada algunos años, tuvo un hijo y se separó en 1992. Al poco tiempo de conocer a su nueva pareja comenzó la violencia. El tipo solía encerrarla con candado por varios días. Cuando se escapó de la casa que compartía con él, llegó a buscar ayuda a un centro de violencia intrafamiliar. No sabía a dónde ir ni dónde vivir. Intentó otros trabajos, donde siempre le fue bien, “hasta que él me ubicaba y llegaba borracho a hacerme escándalo. Al final yo renunciaba. No por opción propia”, explica.
Terminó en la extrema pobreza, trabajando en los programas de empleo de la municipalidad: “Imagínate, yo trabajaba en un banco. ¿Cuándo me iba a imaginar que iba a estar recogiendo basura y limpiando la piscina del Parque O’Higgins?”.
“He vivido en unas piezas que no se las doy a nadie, sé lo que es pasar hambre, frío, penas, rabias, no tener plata para pagar el arriendo”. Alojada en una pequeña habitación de una pensión en el centro de Santiago, le ofrecieron un día administrar toda la casa. Hoy ofrece en arriendo 10 de las 11 habitaciones, tiene que pagar 350 mil pesos todos los meses a la dueña y lo demás queda para ella, entre 150 y 200 mil pesos al mes. Quiere tener su propia empresa y hace poco se ganó un proyecto del Fosis con el que comenzó a fabricar adornos y lámparas de cartón y madera, pero “no sé a cuánto venderlos, todavía no vendo ninguno”. LND

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