
Golpes bajos
Cuesta creerlo, pero en pleno siglo XXI aún existen mujeres que piensan que recibir golpes es normal y aplican esta premisa en su vida. Algunas de ellas se acostumbraron a los puñetazos y hasta sienten que se los merecen. Que algún mal acto motivó un oportuno empujón. Pocas se dan cuenta que sólo se trata de otro de los elementos de la violencia intrafamiliar. Y a veces ya es muy tarde.
La Nación
Katerinne Pavez
Cuesta creerlo, pero en pleno siglo XXI aún existen mujeres que piensan que recibir golpes es normal y aplican esta premisa en su vida. Algunas de ellas se acostumbraron a los puñetazos y hasta sienten que se los merecen. Que algún mal acto motivó un oportuno empujón. Pocas se dan cuenta que sólo se trata de otro de los elementos de la violencia intrafamiliar. Y a veces ya es muy tarde.
La Nación
Katerinne Pavez
“Una piensa que estando casada tiene que aguantar no más, que si yo salía sin pedirle permiso y él me pegaba, era mi culpa por no preguntarle, porque yo lo había provocado”. Testimonios como éstos son difíciles de creer en los tiempos que corren, pero existen. ¿Por qué una mujer podría aceptar que su pareja la golpee? La violencia intrafamiliar ha sido revisada, estudiada y conversada desde tantos enfoques como es posible. Mujeres golpeadas o incluso muertas a manos de sus parejas son número fijo en crónicas y reportajes. Lamentablemente, los chilenos tenemos fama de golpeadores. Más de alguien habrá escuchado a una mujer decir “quizás me lo merecía” o “lo acepto porque lo amo”. ¿Qué puede llevar a una mujer a validar su autodestrucción?
La respuesta parece estar ligada a factores culturales más que sicológicos. Para Ximena Santa Cruz, sicóloga experta en temas de pareja, la clave está en las dinámicas de relación que las mujeres aprenden durante su vida. Es decir, si para una mujer es normal que se den situaciones de violencia dentro de su familia en la niñez, es probable que valide esta forma de vivir en pareja como aceptable. Más aún, que no sea capaz de reconocer otra manera de resolver las cosas, creyendo que cuando no se puede solucionar un conflicto por la razón, la fuerza es necesaria.
Esto genera una aceptación inconsciente de la violencia y una búsqueda de modelos conocidos. Santa Cruz ha trabajado en centros especializados en el tema y conoce de cerca la realidad de la violencia intrafamiliar. “Si tú le preguntas a una mujer golpeada si le gustaría un hombre que fuera suave y tierno con ella, contesta que sí, pero seguramente no lo elegiría si lo tuviera enfrente, no le es atractivo”.
“Quien te quiere te aporrea”. Frase instalada en el vocabulario popular desde la infancia. Para muchas mujeres contiene una verdad incuestionable. “Una vez hice un taller en un liceo de Independencia a unas chicas jóvenes. Una de ellas contaba como gracia que el pololo le dio una cachetada porque ella le había sacado celos, y que en ese momento comprendió que la quería porque la golpeaba” comenta Patricia Olea, miembro de la Red Chilena Contra la Violencia Doméstica y Sexual.
“Yo siempre he pensado que la persona que aguante que le peguen una vez, va a tener que aguantárselas siempre”, dice Clara, una mujer que lleva 45 años de matrimonio, sin que, según sus palabras, “me hayan levantado la mano”. El tema no es tan sencillo, ya que los factores internos como una baja autoestima, timidez o vergüenza de aceptar la situación no son tan importantes como la valoración cultural de que la violencia es legítima. En muchos casos se evita hablar de violencia porque es mal visto, por temor a las opiniones de los cercanos y por la vergüenza de asumirse como víctima. Pero si una mujer es capaz de contar o quejarse de su situación con alguien de confianza, ya está rompiendo el círculo.
Modificar pautas conductuales es difícil, pues revertir esta situación depende de las afectadas. Si una mujer golpeada no quiere asumir que los golpes o insultos no son normales, es imposible intervenir. En la Casa de la Mujer Huamachuco de Renca saben de este proceso. “Antes, ni siquiera miraba a nadie, prácticamente no dejaba que me saludaran, al momento que me iban a saludar yo entraba lo más rápido a mi casa, aunque él no estuviera, porque si lo provocaba él me golpeaba”, cuenta una mujer que participa de los talleres contra la violencia que allí se realizan.
“Hasta hace unos meses pensaba que ir a la justicia era perder tiempo y plata, pero desde que empecé a venir a esta casa se me abrió una puerta, puse nuevamente la demanda en los tribunales de familia y, gracias a eso, tengo la esperanza de obtener mi libertad”, confiesa.
Este tema es tan grave, que a pocos días de comenzado 2006 ya han muerto tres mujeres por la violencia de género. Patricia Olea apunta sus críticas a la educación familiar y formal, la que inculca una serie de patrones discriminatorios ligados a la idea de que las mujeres pertenecen a los hombres. “En uno de los talleres en que participamos, una mujer joven contaba que hasta el día de hoy su madre entregaba la mejor presa de pollo a su padre, el mejor plato, el mejor asiento, a la cabecera de mesa presidiendo el almuerzo, y eso hasta antes del taller lo había aceptado con naturalidad. Y lo más probable es que si no abre los ojos, reflexionando y discutiendo el tema, seguramente ella haría lo mismo”. Esta discriminación se refuerza en las instituciones debido a que “hasta hace pocos años, algunos textos escolares mostraban dibujos que decían ‘la mama barre y el papá trabaja’, como si las tareas domésticas no fueran también un trabajo”. Estos mitos, instalados en las creencias acerca de las relaciones de pareja, son caldo de cultivo para la violencia y su validación. Todo, porque al establecerse relaciones de poder tan dispares, el sometido siempre es el mismo y en su mayoría son mujeres. Otra creencia arraigada es que el hombre actúa por “impulsos” que no se pueden contener, por lo que no es culpable de provocar la agresión. Aunque parezca insólito, los papeles se invierten, quedando el hombre como “víctima de sus impulsos” y la mujer como culpable de no frenar la situación y dejarse agredir, perpetuando así su propia tortura.
La respuesta parece estar ligada a factores culturales más que sicológicos. Para Ximena Santa Cruz, sicóloga experta en temas de pareja, la clave está en las dinámicas de relación que las mujeres aprenden durante su vida. Es decir, si para una mujer es normal que se den situaciones de violencia dentro de su familia en la niñez, es probable que valide esta forma de vivir en pareja como aceptable. Más aún, que no sea capaz de reconocer otra manera de resolver las cosas, creyendo que cuando no se puede solucionar un conflicto por la razón, la fuerza es necesaria.
Esto genera una aceptación inconsciente de la violencia y una búsqueda de modelos conocidos. Santa Cruz ha trabajado en centros especializados en el tema y conoce de cerca la realidad de la violencia intrafamiliar. “Si tú le preguntas a una mujer golpeada si le gustaría un hombre que fuera suave y tierno con ella, contesta que sí, pero seguramente no lo elegiría si lo tuviera enfrente, no le es atractivo”.
“Quien te quiere te aporrea”. Frase instalada en el vocabulario popular desde la infancia. Para muchas mujeres contiene una verdad incuestionable. “Una vez hice un taller en un liceo de Independencia a unas chicas jóvenes. Una de ellas contaba como gracia que el pololo le dio una cachetada porque ella le había sacado celos, y que en ese momento comprendió que la quería porque la golpeaba” comenta Patricia Olea, miembro de la Red Chilena Contra la Violencia Doméstica y Sexual.
“Yo siempre he pensado que la persona que aguante que le peguen una vez, va a tener que aguantárselas siempre”, dice Clara, una mujer que lleva 45 años de matrimonio, sin que, según sus palabras, “me hayan levantado la mano”. El tema no es tan sencillo, ya que los factores internos como una baja autoestima, timidez o vergüenza de aceptar la situación no son tan importantes como la valoración cultural de que la violencia es legítima. En muchos casos se evita hablar de violencia porque es mal visto, por temor a las opiniones de los cercanos y por la vergüenza de asumirse como víctima. Pero si una mujer es capaz de contar o quejarse de su situación con alguien de confianza, ya está rompiendo el círculo.
Modificar pautas conductuales es difícil, pues revertir esta situación depende de las afectadas. Si una mujer golpeada no quiere asumir que los golpes o insultos no son normales, es imposible intervenir. En la Casa de la Mujer Huamachuco de Renca saben de este proceso. “Antes, ni siquiera miraba a nadie, prácticamente no dejaba que me saludaran, al momento que me iban a saludar yo entraba lo más rápido a mi casa, aunque él no estuviera, porque si lo provocaba él me golpeaba”, cuenta una mujer que participa de los talleres contra la violencia que allí se realizan.
“Hasta hace unos meses pensaba que ir a la justicia era perder tiempo y plata, pero desde que empecé a venir a esta casa se me abrió una puerta, puse nuevamente la demanda en los tribunales de familia y, gracias a eso, tengo la esperanza de obtener mi libertad”, confiesa.
Este tema es tan grave, que a pocos días de comenzado 2006 ya han muerto tres mujeres por la violencia de género. Patricia Olea apunta sus críticas a la educación familiar y formal, la que inculca una serie de patrones discriminatorios ligados a la idea de que las mujeres pertenecen a los hombres. “En uno de los talleres en que participamos, una mujer joven contaba que hasta el día de hoy su madre entregaba la mejor presa de pollo a su padre, el mejor plato, el mejor asiento, a la cabecera de mesa presidiendo el almuerzo, y eso hasta antes del taller lo había aceptado con naturalidad. Y lo más probable es que si no abre los ojos, reflexionando y discutiendo el tema, seguramente ella haría lo mismo”. Esta discriminación se refuerza en las instituciones debido a que “hasta hace pocos años, algunos textos escolares mostraban dibujos que decían ‘la mama barre y el papá trabaja’, como si las tareas domésticas no fueran también un trabajo”. Estos mitos, instalados en las creencias acerca de las relaciones de pareja, son caldo de cultivo para la violencia y su validación. Todo, porque al establecerse relaciones de poder tan dispares, el sometido siempre es el mismo y en su mayoría son mujeres. Otra creencia arraigada es que el hombre actúa por “impulsos” que no se pueden contener, por lo que no es culpable de provocar la agresión. Aunque parezca insólito, los papeles se invierten, quedando el hombre como “víctima de sus impulsos” y la mujer como culpable de no frenar la situación y dejarse agredir, perpetuando así su propia tortura.

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