
Thomas Ferenczi*
¿Están en vías de cambiar los vientos que estos últimos años trajeron las ideas neoliberales a una Europa sometida a las presiones de la globalización? La doble derrota de los candidatos neoliberales en las elecciones legislativas de Polonia aparece como un frenón. Y se produce después de la escasa victoria de Ángela Merkel, el 18 de septiembre en Alemania, que sonó casi como una reprobación de los electores a sus proyectos de reforma. ¿No está obligada la nueva Canciller a gobernar junto con los socialdemócratas, mientras que sus amigos del Partido Liberal fueron descartados?
En Gran Bretaña, la probable elección de David Cameron a la jefatura del Partido Conservador, ante su último rival, David Davis, parece como un fracaso para los neoliberales puros. El futuro jefe de los tories se presenta como ferviente defensor de los servicios públicos. En el mismo país, los liberal-demócratas, si bien se dicen de la corriente neoliberal, no quieren dejarse encerrar en ella. “Hay lugar para un partido como el nuestro, ardiente defensor del libre mercado y de las garantías individuales, pero también socialmente progresista”, afirmó hace unos meses su jefe, Charles Kennedy, antes de que su formación alcanzara el nivel sin precedentes de 23% de la votación en las elecciones legislativas.
En Francia, los que abogan por una estrategia de “ruptura” se cuidan bien de recomendar una política totalmente neoliberal. François Bayrou se inquieta por la privatización de las autopistas y de EDF, mientras que Nicolas Sarkozy, a pesar de su profesión de fe neoliberal y su abierta voluntad de desmarcarse de Dominique de Villepin, ha atacado los ofrecimientos de liberalización del comisario europeo Peter Mandelson en las negociaciones agrícolas. Ante una derecha conservadora que se muestra apegada a la intervención del poder público, no sólo para mantener el orden, sino para preservar el sistema de protección social, a los neoliberales se les pide flexibilizar su discurso, so pena de ser reprobados por sus electores. Donde están en el poder, como en Bélgica, donde Guy Verhofstadt gobierna junto con los socialistas desde 1999, y en Dinamarca, donde Andres Fogh Rasmussen recuperó el poder en febrero, han dejado de defender el principio del Estado mínimo.
La Comisión Europea, cuyas orientaciones son neoliberales, ha recentrado su mensaje. En su contribución al debate lanzado por Tony Blair sobre el modelo social europeo, menciona como uno de los principales valores comunes de los 25 la importancia del sector público y la calidad de los servicios de interés general. En Europa, la familia liberal es diversa. Algunos de sus miembros se encuentran en el seno de los partidos conservadores, en los que constituyen una tendencia, en algunos casos dominante. Ahí están, por ejemplo, entre los democristianos alemanes en torno de Merkel, y entre los conservadores británicos fieles a la herencia de Margaret Thatcher.
Pero también en Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, y en el Partido Popular de España, otrora presidido por José María Aznar y ahora por Mariano Rajoy. En Francia, las ideas neoliberales han progresado en la Unión por un Movimiento Popular desde que Sarkozy asumió su dirección. También están presentes en el Partido Popular Europeo, el grupo que congrega a los representantes conservadores en el Parlamento continental. Su centro de estudios, puesto bajo la presidencia del eurodiputado británico James Elles, tiene como coordinador al francés Henry Lapage, conocido como uno de los teóricos del neoliberalismo.
Los liberales también tienen su propio grupo en el Parlamento Europeo, la Alianza de Liberales y Demócratas. Los centristas de François Bayrou se integraron en ella en 2004 pero se adhieren más la etiqueta de “demócratas” que la de “liberales”. Ahí se codean con liberales de centro izquierda, como los italianos de la Margarita y los húngaros de la Alianza de Demócratas Libres, aliados a los social-demócratas en su país, pero también con liberales de derecha, como los alemanes del Partido Liberal Alemán y los holandeses del Partido Popular para la Libertad y la Democracia. Ahí están también los liberal-demócratas británicos, que se niegan a elegir entre derecha e izquierda.
El fracaso del neoliberalismo, en Polonia y otras partes, es el eco de los debates suscitados en la UE por el tratado constitucional. Va acompañado de cierta rehabilitación del Estado en la gestión de la economía. Confirma, como si hubiera necesidad, que numerosos europeos se niegan a sacrificar las exigencias de la solidaridad ante el mercado. Paradójicamente, no es la izquierda la que parece aprovechar tal estado de ánimo, sino una derecha conservadora más bien crítica hacia las instituciones europeas, y casi definitivamente euroescéptica. A Europa le corresponde demostrar que es capaz de estar a la altura del reto, defendiendo de la globalización, con algo más que con palabras, el modelo social al que se dice tan apegada.
* Publicado en el diario 'La Nación' de 22 de noviembre de 2005, con derechos otorgado por el 'Le Monde' de Francia.
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