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A 30 AÑOS DE LA MUERTE DEL AUTOR DE “EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO”


Un marxista en Nueva York
El italiano Pier Paolo Pasolini, polémico director de cine, el año ’67 viajó a Nueva York para el re-estreno de dos producciones suyas en un festival. En ese entonces, fue entrevistado por la autora de 'La rabia y el orgullo', cuya crónica fue publicada el 12 de febrero de 1967, en La Nación. He aquí un fragmento de la conversación, donde el realizador reconoce que los italianos se jactan de una sabiduría que no les pertenece.
Oriana Fallaci

Aquí llega, pequeño, frágil, consumido por sus mil deseos, por sus mil desesperaciones y amarguras y vestido como un alumno de colegio, de los que juegan al baseball y hacen el amor en automóvil. Pulóver avellana con una franja de cuero a la altura del corazón, pantalones de terciopelo un poco más oscuros, algo estrechos. No demuestra en realidad los cuarenta y cuatro años que tiene.
En la noche huye de las invitaciones y se va solo a las calles más sombrías de Harlem, de Greenwich Village, de Brooklyn, cercanas al puerto, a los bares donde no entra ni la policía buscando la Norteamérica pobre, infeliz, violenta, que se conforma a sus gustos y al hombre. A Manhattan regresa al alba, con el pecho henchido, el cuerpo maravillado de estar todavía vivo. Somos muchos los que pensamos que si él no deja eso, lo encontrarán con una bala en el corazón o con la garganta cortada. ¿Está loco por vagar así por Nueva York?
Está en Nueva York hace diez días. Ha venido para el festival cinematográfico, en el que se exhibían dos películas suyas. Estoy intrigada por saber si Norteamérica le gusta a este marxista convencido, a este cristiano furioso, a dar un juicio, es cierto, pero Orson Welles me dijo una vez que para comprender un país se necesitan diez días o diez años: al décimo día te habitúas y ya no ves nada. Al un décimo día, mañana, se marcha, y por ello le he rogado venir a mi casa a beber un trago. ¿Whisky?, ¿cerveza? -Coca cola me responde-. La ventana se abre a una calle de rascacielos, uno tras otro, desde el East River al Hudson.
Vuelve la cabeza cuando la mira, se siente en la trampa, como una bestia con ansia. O de silencio. Penetra a través de los vidrios, incluso cerrados, el infierno: ruido de motores, sonar de claxons, las sirenas. La ciudad ha encendido los termosifones y el polvillo negro se pega en las pestañas, deja ciego. Llueve, es uno de esos días en que todo te irrita, anega cualquier entusiasmo. Pero él bebe con gusto su Coca Cola, de una vez dice: “quisiera tener dieciocho años para vivir toda una vida aquí”.
-¿Aquí en Nueva York?
-Es una ciudad mágica, envolvente, bellísima. Una de esas ciudades afortunadas que tienen gracia. Como ciertos poetas que siempre que escriben un verso hacen una bella poesía. Lamento no haber vivido antes, veinte o treinta años antes para quedarme. No habría ocurrido nunca al conocer un país. Tal vez en África, quisiera ir y quedarme para no aburrirme. El África es como una droga que se toma para aburrirte: una evasión. Nueva York no es una evasión, es un empeño, una guerra. Te contagia el deseo de hacer, de afrontar, de cantar. Gusta como las cosas que gustan cuando tenías veinte años. Lo comprendí apenas llegué.
CULTURA SIN RIMBAUD
Norteamérica es realmente una mujer fatal, seduce. No he conocido todavía a un comunista que apenas desembarcado no haya perdido la cabeza. Llegaron plenos de hostilidad, con desprecio, rezumando desprecio, y de repente caen tocados por la gracia, la Revelación. Todo les parece bien, les gusta. Regresan enamorados, con lágrimas en los ojos...
-¿Sí o no, Pasolini?- él encoge los hombros, desdeñoso.
-Yo soy un marxista independiente. No he pedido nunca la inscripción en el partido y de Norteamérica he estado enamorado desde niño. Por qué, no lo sé bien. El “establishment” norteamericano, obviamente no ha podido conciliarse con mi credo marxista. ¿Entonces?, tal vez el cine. Toda mi juventud estuvo fascinada por los films norteamericanos, los de una Norteamérica violenta, brutal. Pero no es esta Norteamérica la que he encontrado, es una joven, dispersa, idealista. Hay en ella un gran pragmatismo y, al mismo tiempo mucho idealismo. No son nunca cínicos, escépticos como lo somos nosotros. No son nunca vulgares, realistas, viven siempre en el sueño y necesitan idealizarlo todo. Incluso los ricos, los que tienen el poder en la mano.
He conocido a los jóvenes del “SNIC”, los estudiantes que van al sur a organizar a los negros. Hacen venir a la mente a los primeros cristianos, su absoluta dedicación, la de aquellos jóvenes ricos por los cuales decía Cristo: “Para venir conmigo debéis abandonarlo todo, quien ama a su padre y a su madre, me odia a mí”. No son comunistas ni anticomunistas, son místicos de la democracia hasta sus extremas y casi locas consecuencias.
Los intelectuales norteamericanos están llenos de contradicciones. Encontré a un alumno de Morris, que ha dado su licenciatura en la poesía de Petrarca y después encontré a unas estudiantes que ignoraban a Apollinaire y Rimbaud. Me preguntaron qué poetas eran mis predilectos: Rimbaud, respondí, Apollinaire, Machado, Kavais. Me miraron cegadas. Que a Kavasi no lo conozcan, pasa. Machado ya era grave, Apollinaire, era absurdo, pero a Rimbaud, eso es escandaloso. Pero tienen tanto respeto por la cultura. Un respeto lleno de temor, de humildad, eso es un gran mérito. Piensa en los italianos siempre dueños de la sabiduría, incluso cuando son unos ignorantes. No tienen nunca un mínimo de timidez los italianos, hacia la cultura. Ejemplo, un tipo como Umberto Eco, como todo lo concibe y te lo vomita en la cara con el aire de indiferencia. Es como escuchar a un robot. Un norteamericano erudito, como Umberto Eco, es un hombre humilde, incluso no se considera nunca dueño de su sabiduría y vive casi asustado de su cultura. Esto me gusta de los intelectuales norteamericanos.
* Rescate y transcripción de Paulina Arancibia Cortez-Monroy.

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