
escrito por Rafael Luis Gumucio Rivas*
En el Chile actual estamos viviendo tiempos muy parecidos a los mejores de Bizancio, el imperio romano de oriente: no nos preocupa que occidente se despedace en las absurdas guerras del calvinista Bush, en Chile tenemos nuestro propio césar, Ricardo Lagos, adorados por amigos y enemigos. Como en Bizancio, los emperadores son de origen humilde y si fracasan en su gestión, son condenados por sus conciudadanos; por eso, en Chile, al poder imperial de los presidentes le llamamos gobierno republicano; sólo en algunos casos, como los de las familias Montt, Errázuriz o Frei, el poder se hereda de padres a hijos, olvidando la necesaria decadencia de los genes. Como diría el barbudo Marx, la tragedia se transforma en comedia.
Afortunadamente, el emperador Ricardo de los Lagos no tiene ancestros en la presidencia, sin embargo, heredó de uno de nuestros mejores reyes holgazanes, Eduardo Lázaro Frei, un país en plenas ruinas y, como no falta a quien culpar se eligió, como chivo expiatorio, la crisis del celeste imperio, llevándonos a una inédita subida de las tasas de interés que terminó por aniquilar, en manos de los ambiciosos bancos, a las pequeñas y medianas empresas. A estos males se agregó el descubrimiento de las relaciones entre el ministerio de los puentes colgantes y la política: el emperador Ricardo lo estaba pasando pésimo. Incluso, en algunas noches de insomnio puede haber pasado por su mente dejar el trono, tan difícilmente conquistado, pero para todo hay solución: inesperadamente, Juan Bautista Longueira, un místico esenio que se comunica con los muertos y además pertenece a la orden del Opus Dei, produjo el milagro de salvar al atribulado monarca Ricardo Lagos.Como no hay mal que dure cien años, ni tonto que lo aguante, sucedió otro milagro que salvó a Ricardo: el cobre que se vendía a 80 centavos de dólar la libra, hoy se vende a 1.88; por consiguiente, las arcas del reino se llenaron de oro, mucho más que el que podía tener el inca Atahualpa. Los empresarios, antes adoradores de Daniel López Pinochet, quien les regaló las empresas estatales, se han convertido, de la noche a la mañana, en socialistas, incluso han creado una asociación nombrada “Lagos, no te mueras nunca”, y como nunca falta el cargante que destruye tan bello sueño, un tal Lamarca, reducido ahora al cargo de empleado de Copec, se atreve a denunciar la concentración del poder económico en muy pocas empresas y la pésima distribución del ingreso. No falta el majadero que aún insista que la monstruosa educación chilena puede dar una igualdad de oportunidades entre ricos y pobres. Los culpables, grita este ínfimo personaje, son los pedagogos, sofistas que enseñan puras estupideces a sus alumnos. Si al menos enseñaran a los pobres buenos modales y a aceptar su condición de sometidos, evitaríamos su propensión al delito y a la drogadicción. Así, no sería necesario enviarlos a la isla del infierno.Pero no hablemos de realidades que nos entristecen. Vamos a la apoteosis de nuestro césar Ricardo, que se tutea con la reina Isabel y Juan Carlos de España, los parlamentarios europeos lo aplauden de pie, es coronado como doctor honoris causa, nada menos que en la Universidad de Salamanca, en el mismo patio donde el rector Miguel de Unamuno se opuso al fascismo. Incluso, el presentador comparó a Lagos con el ilustre escritor español. De vuelta a Chile, el presidente Lagos subió a uno de los modernos y lentos autobuses verdes, que le permitió conversar, amablemente, con sus admiradores; como no tiene jefe, no hay ningún peligro de llegar dos horas tarde al trabajo.
Afortunadamente, el emperador Ricardo de los Lagos no tiene ancestros en la presidencia, sin embargo, heredó de uno de nuestros mejores reyes holgazanes, Eduardo Lázaro Frei, un país en plenas ruinas y, como no falta a quien culpar se eligió, como chivo expiatorio, la crisis del celeste imperio, llevándonos a una inédita subida de las tasas de interés que terminó por aniquilar, en manos de los ambiciosos bancos, a las pequeñas y medianas empresas. A estos males se agregó el descubrimiento de las relaciones entre el ministerio de los puentes colgantes y la política: el emperador Ricardo lo estaba pasando pésimo. Incluso, en algunas noches de insomnio puede haber pasado por su mente dejar el trono, tan difícilmente conquistado, pero para todo hay solución: inesperadamente, Juan Bautista Longueira, un místico esenio que se comunica con los muertos y además pertenece a la orden del Opus Dei, produjo el milagro de salvar al atribulado monarca Ricardo Lagos.Como no hay mal que dure cien años, ni tonto que lo aguante, sucedió otro milagro que salvó a Ricardo: el cobre que se vendía a 80 centavos de dólar la libra, hoy se vende a 1.88; por consiguiente, las arcas del reino se llenaron de oro, mucho más que el que podía tener el inca Atahualpa. Los empresarios, antes adoradores de Daniel López Pinochet, quien les regaló las empresas estatales, se han convertido, de la noche a la mañana, en socialistas, incluso han creado una asociación nombrada “Lagos, no te mueras nunca”, y como nunca falta el cargante que destruye tan bello sueño, un tal Lamarca, reducido ahora al cargo de empleado de Copec, se atreve a denunciar la concentración del poder económico en muy pocas empresas y la pésima distribución del ingreso. No falta el majadero que aún insista que la monstruosa educación chilena puede dar una igualdad de oportunidades entre ricos y pobres. Los culpables, grita este ínfimo personaje, son los pedagogos, sofistas que enseñan puras estupideces a sus alumnos. Si al menos enseñaran a los pobres buenos modales y a aceptar su condición de sometidos, evitaríamos su propensión al delito y a la drogadicción. Así, no sería necesario enviarlos a la isla del infierno.Pero no hablemos de realidades que nos entristecen. Vamos a la apoteosis de nuestro césar Ricardo, que se tutea con la reina Isabel y Juan Carlos de España, los parlamentarios europeos lo aplauden de pie, es coronado como doctor honoris causa, nada menos que en la Universidad de Salamanca, en el mismo patio donde el rector Miguel de Unamuno se opuso al fascismo. Incluso, el presentador comparó a Lagos con el ilustre escritor español. De vuelta a Chile, el presidente Lagos subió a uno de los modernos y lentos autobuses verdes, que le permitió conversar, amablemente, con sus admiradores; como no tiene jefe, no hay ningún peligro de llegar dos horas tarde al trabajo.
Como ahora somos amigos de los confucianos chinos, estos decidieron enviar una delegación a visitar Bizancio, perdón, Chile, haciendo un paseo por su corte: en primer lugar vieron las más exóticas aves: el pavo real Joaquín Lavín, que extendía sus alas de los mismos colores del arco iris de la Concertación y, como es un pájaro bien enseñado, repetía la monserga de que el rey Lagos y la princesa Michelle eran los santos patronos de los delincuentes; el cóndor Piñera trataba de cazar electores, a diestra y siniestra, prometiéndoles a los miserables que llegarían a ser unos emprendedores, como él, que de hijo de un pobre empleado público se transformó en un magnate, dueño de LAN, de CHV y de muchas empresas más; es tan fácil como ganar el loto.
En la corte del emperador no faltaban los pequeñitos. Entre ellos de repente aparecía el carita de bebé, Osvaldo Puccio, cuya misión es repetir los condoros y chistes de nuestro monarca; el chico Zaldívar, orgullo de su pequeñez, suponiendo olvidado su famoso discurso del pánico antes de que Salvador Allende ascendiera al poder, y sus abrazos con Daniel López Pinochet, hoy se burla del pobre doctorcito Guido Girardi, diciendo que no sabe colocar, ni siquiera, una inyección. El más cómico de todos ha sido y será siempre el ministro Pedro García, quien recomienda a los pobladores limpiarse los dientes con hilo negro, que habla de tú a tú con las vacas. Hoy se le ha ocurrido, nada menos, que repartir condones entre los monjes cartujos del Monte de Sinai; puede ser que se les ocurra andar buscando niños chicos.
Al fin de la visita, el historiador de Palacio, el ministro Vidal, empieza a plantear su hipótesis predilecta: Ricardo es el único presidente que ha logrado terminar su gobierno aplaudido por todos sus conciudadanos. José Miguel Carrera murió fusilado, en Argentina; Bernardo O´Higgins, en el exilio; Manuel Montt, con una guerra civil y la división del partido pelucón; a Pinto, le negaron las exequias cristianas, por hereje y masón; Balmaceda se suicidó, lo mismo que Allende; Pedro Montt murió (1910) con el remordimiento de la Matanza de Santa María de Iquique y con los cuernos de su bella mujer, Sarita del Campo; el especulador Juan Luis Sanfuentes, pifiado por los asistentes al entregar el poder a Arturo Alessandri; el León de Tarapacá, derrocado por los militares en (1924) y, en su segundo período (1932-1938), convertido en derechista, con la matanza del Seguro Obrero en su conciencia.En tiempos más actuales, Pedro Aguirre Cerda, el más amado de los presidentes, lo salvó la muerte de ver la división y decadencia del Frente Popular; Carlos Ibáñez terminó su segundo período casi gagá y sin ningún apoyo popular; Eduardo Frei Montalva, que se había preparado para Dios, terminó con su partido dividido, una inflación galopante y entregando el poder a su amigo, que se había convertido en enemigo, Salvador Allende; le penaba el estúpido remoquete de ser el Kerenski chileno.A los presidentes de la transición, anteriores a Lagos, tampoco les fue bien: a Patricio Aylwin sus partidarios le permitieron un transar sin fin en razón del temor a los militares, con Pinochet a la cabeza y, sin embargo, terminó su período sin pena ni gloria; Eduardo Frei Ruiz-Tagle, con una votación impresionante, producto de una herencia dinástica, terminó desastrosamente su reinado. Sólo Ricardo I Lagos será despedido con himnos de gloria el día que le entregue la banda de O´Higgins a la princesa Michelle Bachelet.
Como en Tontilandia, como llamaba el periodista Genaro Prieto a Chile, los tontos se reproducen como conejos. Les advierto que este viaje a Bizancio es sólo imaginación y no tiene que ver nada con la realidad.
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