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El notario del oro

Martes 20 de diciembre de 2005
DEBATE INTERNACIONAL:
Venía gente de todo el país y hacía larguísimas colas y firmaba toda clase de documentos para acceder al genio que multiplicaba sus ahorros.
Manuel Castells

José Cabrera Román era un notario feliz, querido y respetado por sus convecinos de la ciudad de Machala, provincia de El Oro, Ecuador. Estudió Derecho en la Universidad de Oviedo y a su regreso, en 1963, instaló su notaría en esa ciudad, optando por los pequeños placeres de la vida en una zona entonces medio dormida. Vestía con guayabera, le encantaba la música nacional, el seco de chivo y la leche de soya y poder beberse con los amigos una buena botella de puro. Hombre de familia, fue prosperando y llegó a vicepresidente de la Federación de Notarios de Ecuador y miembro de la Federación Internacional de Notarios, e incluso fundó el Club Rotario de Machala.
Con el tiempo y el dinero, el notario Cabrera también vivió otra vida, disfrutando de jovencitas a quienes llevaba a Quito a demostrarles la hombría de la que se vanagloriaba.
Cuando hace unas semanas, a los 71 años, murió en el hotel Mercure de Quito, rezumando cocaína y alcohol, en su cama estaba Jessica, que declaró ser su amante desde los 16 años y tener un hijo suyo. Al anunciar su muerte Radio Fiesta se produjó una conmoción en el país. Y, pronto, el pánico para 36 mil ecuatorianos. Resulta que para aquel entonces, el notario de El Oro había operado el milagro de recibir dinero prestado por particulares a quienes pagaba fielmente 8% de interés mensual en dólares. La mayoría reinvertía el dinero recibido. La notaría no daba abasto, llegaba gente de todo el país que hacía larguísimas colas y firmaba toda clase de documentos con tal de poder acceder al genio que multiplicaba sus ahorros.
¿Cómo no fiarse del respetable notario? Sobre todo cuando entre sus clientes se contaban más de 5 mil miembros del ejército y la policía. Por eso, cuando los hijos del notario llevaron el cadáver a Machala, la gente lo veneró. Pero también cundió la inquietud. ¿Estaría a salvo su dinero? “No se preocupen”, respondían sus hijos mientras cerraban las maletas y volaban a Miami.
Y de repente, la noticia: no se puede pagar a todos los que pedían su reembolso, porque la suma adeudada supera los 500 millones de dólares. Antes de que las turbas pudieran asaltar la notaría, comandos de la fuerzas armadas fletaron tres aviones para llevar a sus familiares a asaltar ellos mismos las oficinas del notario llevándose los miles de dólares que encontraron. Por cierto que uno de los aviones era el avión presidencial, cuyo uso se le negó al Presidente ese mismo día.
Enrabiada la gente, corrieron al cementerio y desenterraron el cadáver para asegurarse de que no era el de un impostor. Las querellas se sucedieron en la justicia. ¿Pero qué justicia? Los jueces de la Corte Suprema de Ecuador fueron destituidos por el ex Presidente Gutiérrez y aún no han sido reemplazados. Y el Presidente de la Corte de Justicia de Machala era uno de los depositantes del notario.
Con el trabajo de periodistas que se la juegan ha ido saliendo la trama. Obviamente, era un esquema piramidal: te pago a ti con el dinero que acabo de recibir de otro, esperando aumentar el circulante con inversiones. Pero hay mucho más. Se trataba de un sistema de lavado de dinero procedente del narcotráfico. Y también del dinero de las comisiones de soborno de policías y funcionarios. Con el dinero recibido, la red del notario financiaba la compra de gasolina para contrabandearla a Perú y se prestaba a los contrabandistas para sustraer mercancías de las aduanas y venderlas en el mercado negro. Con estos préstamos, el notario ganaba 10% diario, más que suficiente para seguir pagando los exorbitantes intereses que garantizaba. En el esquema colaboraban varios bancos, incluido el gerente de la sucursal local del Banco Austro.
Han ido apareciendo en las listas de prestadores al notario familiares de políticos y notables de todo el país, incluido uno de los magistrados en vías de nombramiento para la Corte Suprema. Ante la magnitud del escándalo, el presidente Palacio reaccionó y el 3 de diciembre destituyó a todo el alto mando militar, con excepción de la Marina, así como al superintendente de bancos. Se han constituido numerosas comisiones para investigar toda la trama y se han arrestado y sancionado a los militares involucrados en el asalto a la notaría.
Aun así, el país, sumido en la crisis política desde el mes de abril tras el derrocamiento de Gutiérrez, está convulsionado. Y es que más allá de un pintoresquismo digno de la pluma de García Márquez, aparece en toda su crudeza el sentido concreto de la informalización del Estado en América Latina, por no hablar de otros sitios de momento. O sea, la penetración de las instituciones políticas, jurídicas, económicas, administrativas, militares y policiales por una variedad de bandas y tramas que utilizan en beneficio propio el poder y la confianza delegada por los ciudadanos en dichas instituciones.
En esas condiciones, el imperio de la ley se convierte en el reino de la ficción. Y en el sálvese quien pueda se afirma la violencia como modo de vida. Por eso, la primera condición para el desarrollo y el bienestar de las sociedades es contar con instituciones que funcionen. La democracia no es el voto más o menos manipulado cada cuatro años, aunque ésta sea una condición necesaria si se limita la manipulación.
La democracia es elegir a personas y partidos que son constantemente responsables de sus actos ante el pueblo, con mecanismos de control que aseguren que los políticos y las instituciones que de ellos dependen respeten la ley.
Midiendo con esta vara, que es un mínimo común denominador de la convivencia, la inmensa mayoría del planeta no es democrática. Y en las democracias consolidadas, la erosión de las instituciones se acentúa por momentos. Por eso, el exigir honestidad, legalidad y control ciudadano sobre las instituciones del Estado es una batalla cotidiana que nunca se acaba y de cuyo resultado depende todo lo demás. Incluso que sus ahorros no desaparezcan.
© La Vanguardia
(The New York Times Syndicate)

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