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La muerte de Pablo Neruda, según su últma enfermera


La soledad del capitán*

Javier García
Nacion Domingo
Encerrado y esperando su testamento. Consumido por un cáncer prostático. Escuchando por radio la muerte de su amigo Salvador Allende y viendo aparecer tempranamente a sus deudos formando fundaciones con su nombre, Neruda pasó sus últimos días en la tierra. Rosa Núñez, la enfermera que lo cuidó por más de diez años, cuenta su historia junto al autor de “Canto general” y recuerda que Matilde Urrutia le habló de un posible asesinato del poeta.
El 11 de septiembre de 1973 amaneció despejado en el litoral central. Aquella mañana, en Isla Negra, Pablo Neruda esperaba desde Santiago la llegada de los planos, maquetas y estatutos de lo que sería la futura Fundación Pablo Neruda, que se ubicaría en Punta de Tralca.
Su pareja, Matilde Urrutia, ofrecería un apetitoso almuerzo para agasajar a las visitas: los escritores José Miguel Varas, Fernando Alegría y el abogado Sergio Inzunza. También ese día llegaría el testamento del autor de “Residencia en la tierra”.
El mar, como siempre, golpeaba las rocas y Neruda encendía la radio para oír las noticias. Un amigo se estaba despidiendo. Sería la última vez que escucharía la voz de Salvador Allende. “Esto es el final”, le dijo a Matilde.

ENFERMERA INCONDICIONAL
“En la tarde de ese mismo día, Pablo tuvo fiebre. (...) Pensé que en la comisaría me podrían dar un salvoconducto para ir a buscar a la enfermera que venía de un pueblo cercano. Así lo hice y la angelical Rosita, enfermera de El Tabo, con riesgo de su vida, llegó a la Isla para atender a Pablo”, escribe Matilde Urrutia en sus memorias “Mi vida junto a Pablo Neruda”.
Rosa Núñez fue la enfermera del vate. Trabajó 45 años en el consultorio de El Tabo, hasta 1995. Ahora tiene 72 años y una calle del pueblo lleva su nombre. Desde principios de 1960, Rosita atendió las dolencias del autor que más libros de poesía vende en el mundo.
“El 11 de septiembre, don Pablo se agravó por su estado nervioso. Había toque de queda y no podía salir sin la autorización de Carabineros. Matilde me vino a buscar con su chofer como a las doce de la noche. Al otro día la señora me mandó a llamar tempranito. Ahí él estaba más calmado”, cuenta Rosita con voz susurrante.
La que fuera enfermera de Pablo Neruda es humilde, y nunca había contado su historia junto al Premio Nobel porque no la encontraba relevante. “Tuve el privilegio de atender a don Pablo, porque él era una persona especial. Pudiéndose haber tratado en muchas otras partes, me buscó a mí. Tal vez no quería mostrar las intimidades del hogar o quizá fue porque me tenían confianza”, dice abriendo sus ojos.
Para Rosita -como le dicen cariñosamente sus cercanos-, Neruda era muy amable y gentil. Recuerda que la apreciaba bastante: “Me hacía atenciones que yo valoraba mucho: chocolates, pasteles, galletas, y cuando iban a Quinchamalí con la señora Matilde, me traía recuerdos de allá”, rememora más relajada.
Según Rosita, antes que falleciera, el poeta estaba preparando en Valparaíso una Feria del Mar, “donde sacó un folleto que él me regaló con una dedicatoria”, señala mientras va a buscar el folleto enmarcado, además del libro “Antología popular” que le dedicó, y unas tarjetas que le hacía llegar para todos los Años Nuevos.
-¿Y por qué no se sacó una foto con Neruda?
-Nunca se me ocurrió. ¡Además, nadie se va a sacar fotos cuando le están poniendo una inyección!

LLAMADAS TELEFÓNICAS
Claudina Núñez es la hermana menor de Rosita. Ella atendía en los años ’50 el único teléfono que había disponible en El Tabo, compartido con el hotel del pueblo y Carabineros.
Era habitual ver a Pablo Neruda y a Delia del Carril, entonces pareja del vate, comprando y retirando las cartas del pueblerino correo. “Cuando comenzó su relación con Matilde, él venía a hablar con ella mientras vivía con ‘La Hormiguita’ en Isla Negra”, recuerda Claudina.
Además, había un servicio de mensajeros donde un niño le llevaba los recados al poeta. “Yo recibía los recados de doña Matilde, que estaba en Rosario, Argentina. El ‘Kiko’ Pizarro, que tenía 12 años, era el correo de Neruda que iba en bicicleta a la Isla y le tenía que dar personalmente los recados sin que supiera la señora. Él le estaba jugando chueco a doña Delia”, explica Claudina, y recuerda de pasada cuando en 1957 recibió la noticia de la muerte de Gabriela Mistral.

LA DESPEDIDA
Al año de la muerte de la autora de “Desolación”, Pablo Neruda ya era una destacada figura en el mundo de las letras. En Argentina se publican en papel biblia sus “Obras completas”.
Nueve años después, el 28 de octubre de 1966, Neruda legaliza en Chile su matrimonio con Matilde Urrutia, la inspiradora de “Los versos del capitán”.
“Don Pablo era muy dependiente de la señora Matilde, quien lo sobreprotegía mucho. Lo cuidaba de que no lo molestaran”, evoca Rosita Núñez, quien cuenta finalmente que las crisis de reumatismo gotoso del autor de “Canto general”, la hacían ir -por lo menos dos veces al día- a la casa de Isla Negra.
En 1970, Neruda asume el cargo de embajador de Chile en Francia. Pero dos años después, en noviembre, regresa y es recibido en el Estadio Nacional con una fiesta, ya que el poeta venía con el Premio Nobel de Literatura bajo el brazo.
“Cuando llegó después de ser embajador en Francia lo comencé a atender todos los días. Había varias cosas que hacerle, ya que el cáncer prostático que tenía era irreversible. Por eso estuvo en tratamiento en Hungría y ese procedimiento yo se lo aplicaba acá”, dice.
Pablo Neruda, ya instalado en su casa de Isla Negra junto a Matilde Urrutia, se concentró en lo que serán sus memorias, “Confieso que he vivido”. Después del nefasto 11 de septiembre, el poeta prácticamente no se levantaba. Matilde escribía, al dictado de Neruda, el capítulo final de sus memorias. “En el último tiempo el secretario o la señora tomaban nota de sus memorias, su salud no se lo permitía. Se levantaba muy poco, a lo más dentro de la casa”, indica la enfermera.
El 14 de septiembre de 1973, tres camiones militares llegan a la residencia del litoral. Matilde esconde el último capítulo junto a unas revistas. “Cumplan ustedes con su deber”, les dijo Neruda a los militares, que miraban los objetos del poeta con curiosidad. El allanamiento era inminente.
Cuatro días después, el 18 de septiembre, llegaron algunos amigos a la casa, pero en la tarde el poeta se empezó a agravar. Matilde llamó al médico a Santiago. Le prometió que al otro día le enviaría a primera hora una ambulancia para trasladarlo a la clínica Santa María.
Aquella noche del 18, debido al toque de queda, Rosita se fue caminando desde El Tabo a Isla Negra. El silencio parecía el único habitante de la casa. Era la última vez que Rosa Núñez vería a su paciente. “Cuando se fue a Santiago ya estaba muy mal -dice con su voz resquebrajada-, me despedí de él como todos los días”.

¿ASESINATO?
La mañana del 19 de septiembre, Matilde tenía todo preparado para la llegada de la ambulancia. En el ambiente había un clima pesado. “Nos fuimos por ese mismo camino que tantas veces recorrimos alegres, riendo, haciendo planes serios o descabellados”, recuerda Matilde en sus memorias. A la salida de Melipilla, carabineros detuvieron la ambulancia. Matilde fue bajada y unas lágrimas comenzaron a rodar por el rostro del enfermo.
A la llegada a Santiago, Neruda fue visitado en la clínica por el embajador de México, quien le sugiere que salga del país. Mientras, La Chascona -casa capitalina del poeta- era destruida e incendiada. La muerte del autor de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” aguardaba inquieta en la puerta de la habitación en la clínica Santa María.
El 23 de septiembre, Santiago estaba más oscuro que nunca. Los militares ya tenían el control del país y tres tristes mujeres acompañaban la agonía del poeta. Matilde se acercó a la boca de Neruda, quien quizá deseaba suspirar un último verso. “Algo se ha roto dentro de mí”, le dijo.
El funeral del Premio Nobel fue la primera gran manifestación contra la dictadura. Rosita Núñez se encontraba en su casa de El Tabo, y por la radio escuchó la noticia del fallecimiento de su paciente. En silencio, siguió efectuando su labor de enfermera en el consultorio del pueblo, y de vez en cuando atendía a Matilde. “Dos años después de la muerte de don Pablo, un verano, la señora me vino a visitar. Me dijo que sospechaba que a su marido lo habían matado en la clínica, posiblemente con alguna inyección. Fue la ultima vez que la vi”.
* Artículo publicado en el diario 'La Nación Domingo', de Santiago de Chile, el 18 de septiembre de 2005.

Comentarios

Anónimo dijo…
Bernardo: Espero q estes bien mi mi niño ya q las veces q me he conectado por msn contigo no he podido hablarte mucho debido a q en la tarde me sale demasiado caro y solo en la noche puedo hablar harto y no ha sido por mala onda o por q no quiera charlar.
Cuidate
Anónimo dijo…
Bernardo: Espero q estes bien mi mi niño ya q las veces q me he conectado por msn contigo no he podido hablarte mucho debido a q en la tarde me sale demasiado caro y solo en la noche puedo hablar harto y no ha sido por mala onda o por q no quiera charlar.
Cuidate

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