
ENVENADO: La comedia del medio siglo
Eduardo Galeano *
Se cumplían cincuenta años de las explosiones atómicas que habían aniquilado Hiroshima y Nagasaki. La Smithsonian Institution anunció, en Washington, una gran exposición.
La muestra iba a incluir mucha información documental y numerosas opiniones de científicos, historiadores especializados y expertos militares. También iba a ofrecer testimonios de los protagonistas, desde el coronel que comandó los bombardeos, a quien aquel asunto nunca le había quitado el sueño, hasta algunos japoneses sobrevivientes, que habían perdido el sueño y todo lo demás.
Los visitantes de la exposición corrían el peligro de enterarse de que la multitud asesinada desde el cielo estaba formada, en su mayoría, por mujeres y niños. Y, peor todavía, la amplia documentación reunida podía informarles que las bombas no habían sido arrojadas para ganar la guerra, porque la guerra ya había sido ganada, sino para intimidar a la Unión Soviética, que era el próximo enemigo.
Para evitar esos graves riesgos, la muestra se anunció, pero nunca ocurrió. Todo se redujo a la exhibición del Enola Gay, el avión que había descargado las bombas, para que los patriotas fervorosos pudieran besarle la nariz.
El diluvio
Harto de tanta desobediencia y pecado, Dios había decidido borrar de la faz de la tierra toda la carne creada por su mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias y las sierpes y hasta las aves del cielo.
Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fecha exacta del segundo diluvio universal, que iba a sepultar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de 1524, el conde von Igleheim se encogió de hombros. Pero entonces ocurrió que Dios en persona se le apareció en sueños, barba de relámpagos, voz de trueno, y le anunció:
-Morirás ahogado.
El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia entera de memoria, saltó del lecho y mandó llamar de urgencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un santiamén apareció en las aguas del río Rin una inmensa arca flotante, alta de tres pisos, hecha de maderas resinosas y calafateada por dentro y por fuera. Y el conde se metió en ella, con su familia y toda su servidumbre y víveres en abundancia, y llevó al arca una pareja de macho y hembra de cada especie de todos los bichos que poblaban la tierra y el aire. Y esperó.
Cayó lluvia en el día señalado. No mucha, fue más bien lloviznita; pero las primeras gotas bastaron para desatar el pánico y una multitud enloquecida invadió los muelles y se apoderó del arca.
El conde opuso resistencia y fue arrojado a las aguas del río, donde ahogado murió.
La muestra iba a incluir mucha información documental y numerosas opiniones de científicos, historiadores especializados y expertos militares. También iba a ofrecer testimonios de los protagonistas, desde el coronel que comandó los bombardeos, a quien aquel asunto nunca le había quitado el sueño, hasta algunos japoneses sobrevivientes, que habían perdido el sueño y todo lo demás.
Los visitantes de la exposición corrían el peligro de enterarse de que la multitud asesinada desde el cielo estaba formada, en su mayoría, por mujeres y niños. Y, peor todavía, la amplia documentación reunida podía informarles que las bombas no habían sido arrojadas para ganar la guerra, porque la guerra ya había sido ganada, sino para intimidar a la Unión Soviética, que era el próximo enemigo.
Para evitar esos graves riesgos, la muestra se anunció, pero nunca ocurrió. Todo se redujo a la exhibición del Enola Gay, el avión que había descargado las bombas, para que los patriotas fervorosos pudieran besarle la nariz.
El diluvio
Harto de tanta desobediencia y pecado, Dios había decidido borrar de la faz de la tierra toda la carne creada por su mano. Iban a ser exterminadas las gentes y las bestias y las sierpes y hasta las aves del cielo.
Cuando el sabio Johannes Stoeffler dio a conocer la fecha exacta del segundo diluvio universal, que iba a sepultar a todos bajo las aguas el día 4 de febrero de 1524, el conde von Igleheim se encogió de hombros. Pero entonces ocurrió que Dios en persona se le apareció en sueños, barba de relámpagos, voz de trueno, y le anunció:
-Morirás ahogado.
El conde von Igleheim, que era capaz de repetir la Biblia entera de memoria, saltó del lecho y mandó llamar de urgencia a los mejores carpinteros de la región. Y en un santiamén apareció en las aguas del río Rin una inmensa arca flotante, alta de tres pisos, hecha de maderas resinosas y calafateada por dentro y por fuera. Y el conde se metió en ella, con su familia y toda su servidumbre y víveres en abundancia, y llevó al arca una pareja de macho y hembra de cada especie de todos los bichos que poblaban la tierra y el aire. Y esperó.
Cayó lluvia en el día señalado. No mucha, fue más bien lloviznita; pero las primeras gotas bastaron para desatar el pánico y una multitud enloquecida invadió los muelles y se apoderó del arca.
El conde opuso resistencia y fue arrojado a las aguas del río, donde ahogado murió.
* Estos textos se publicaron en el diario 'La Nación' de Santiago de Chile, de 21 de septiembre de 2005, con la autorización del autor y se encuentran en el libro “Bocas del tiempo” (Ediciones del Chanchito, año 2004).
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