
Bajo la sombra del barco ebrio
Este año se recordaron los 70 años del nacimiento del autor de “Para ángeles y gorriones” con distintas actividades. En esta crónica publicada en La Nación el 14 de enero de 1950, el poeta lárico recuerda los vaivenes literarios de Pablo de Rokha, Neruda, las memorables revistas “Claridad” y “Planeta” y al entrañable poeta Salvador Reyes.
Jorge Teillier
Este año se recordaron los 70 años del nacimiento del autor de “Para ángeles y gorriones” con distintas actividades. En esta crónica publicada en La Nación el 14 de enero de 1950, el poeta lárico recuerda los vaivenes literarios de Pablo de Rokha, Neruda, las memorables revistas “Claridad” y “Planeta” y al entrañable poeta Salvador Reyes.
Jorge Teillier
Cuando se habla de un ganador del Premio Nacional es fácil caer en la arqueología literaria. No quiero que sea este el caso. Digo simplemente que Salvador Reyes es un poeta, aún no del todo reconocido, uno de los “adelantados” de la nueva poesía chilena. Debe haber aún en Nascimento algún ejemplar de “Las mareas del sur” (1932), su último libro de versos, cuyo color de tiempo no se destiñe aún con el vaivén de las olas que vienen y van. Salvador Reyes en sus poemas captó un clima de época cuya resonancia nos llega como los sones de un organillo o de películas como de “Argelia” con Jean Gabin, o “El muelle de las Brumas” y que correspondía a un estado del alma, que superaba a los meros decorativismo e ilustraba una manera de ser u de ver inédita en Chile: el descubrimiento de paisajes mentales; esto hizo que Milocz, en la década del ‘20, fuera un poeta tan leído y admirado en nuestro país, mientras en Francia recién ahora lo reivindica el grupo de la revista “Planeta”.
Frente a la urgencia de los tiempos, los cambios sociales, se planteó una añoranza de un mundo exótico, pero no impostado, de descubrir en Valparaíso o en Taltal o Antofagasta, lo “fanlan con un gesto de dandysmo y tástico real” que dijera Mac Orde ensueño como el del viajero del País de Yan. El mejor exponente de este estado de ánimo era Salvador Reyes (que, no olvidemos fue a la vez el “Simbad” que en la revista “Hoy” actuó como periodista de batalla para ejercer el régimen decadente de Alessandri). A su lado, en torno a la revista “Letras” estaban Luis Enrique Délano y Jacono Danke, más tarde Victoriano Vicario y Nicómedes Guzmán; gente que se escapa “de la ciudad cúbica y blanca, dado con el hastío me está jugando una partida demasiado larga”, provocando la burla de los criollistas y la gente apegada a la buena cara de la realidad. Se les rotuló con la etiqueta de “imaginista” como podría haberlo sido con cualquiera otra. Discípulos de Farrére, Stevenson, Loti, Lord Dunsany, tenían, sin embargo, un tono inconfundible. Así hablaba el Salvador Reyes de los treinta años de edad:
Un poeta lo es cuando tiene un tono intransferible. Los simuladores de poesía pueden hacer buenos versos, pero perfectamente pertenecientes a cualquiera otro autor. Salvador Reyes es uno de los pocos poetas chilenos que creó una atmósfera, un “tono”. En su prosa muchas veces lo pierde, porque -tal vez- es esencialmente un poeta en verso.
Pero esa es otra historia. Ahora, saludemos como merece al poeta Salvador Reyes.
“Con el hongo inclinado hacia la izquierda
y ataviada con la bruma
de lejanas ciudades nocturnas, juventud, te veo pasar
tras aquella mujer.
Juventud, ¿eres mía
o soy acaso un hombre sin edad,
algo borroso que viene del fondo del tiempo,
cansado de abrirse camino
entre tanto recuerdo?
Noche a noche me dices: ¡Hasta nunca!
Yo te tiendo la mano sin responder
y mientras sales del casino
sigo haciendo dibujos con mi bastón en el parquet”
y ataviada con la bruma
de lejanas ciudades nocturnas, juventud, te veo pasar
tras aquella mujer.
Juventud, ¿eres mía
o soy acaso un hombre sin edad,
algo borroso que viene del fondo del tiempo,
cansado de abrirse camino
entre tanto recuerdo?
Noche a noche me dices: ¡Hasta nunca!
Yo te tiendo la mano sin responder
y mientras sales del casino
sigo haciendo dibujos con mi bastón en el parquet”
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