
Manuel Martínez Opazo*
El sistema nos ha enseñado a ser mentirosos. La sociedad nos hace hipócritas. Hace unos días viajaba al sur junto con un amigo, quien tenía el “pie pesado”, por lo que pasaba de los 140 kilómetros de velocidad. De repente, disminuyó la potencia. Le pregunté por qué y me respondió que habían carabineros adelante. La semana pasada, en una comida, escuché a una amiga decir a otra: “Mira la Cristina qué flaca y arrugada está, te has dado cuenta que se le vinieron los años encima”. Apenas Cristina se acercó, le dijeron al unísono: “Linda, qué regia te vez y ese peinado te viene súper bien”. Cada vez que salgo de mi oficina o me ausento unos días, mis colegas me descueran, pero apenas vuelvo, me llenan de palabras gratas, de un sinfín de preguntas y aseguran que me extrañaron. Un animador que conduce un matinal dijo no tener idea de las cosas tan terribles registradas en la dictadura, por eso fue sorprendido por el Informe Valech. Él era periodista del canal estatal en esos años cruentos y yo, que vivía al sur y soy menor que él, tenía claro que había excesos. Me pareció que estaba mintiendo o su grado de hipocresía lo hacía verse como gil… algo común en ciertos especímenes de nuestra sociedad.
Hace días, un oficial de Carabineros entrevistado por ChileVisión en torno a los delincuentes que se relacionan con uniformados en Plaza Italia, dijo que la policía no acostumbra a tener informantes y eso pese a que uno de los sospechosos, que todo Chile vio en pantalla, aseguró serlo. La “Kenita” Larraín bajándose del avión sin hacer declaraciones dejó entrever que el Chino Ríos era una mala persona, porque después de un supuesto accidente, la dejó sola y no la ayudó. El Chino apareció diciendo que su mujer mentía, pero luego, en una vuelta de carnero, le pidió perdón de forma pública. Hace años, el arquero “Cóndor” Rojas mintió a todo Chile sin asco, protagonizando una de las comedias más anecdóticas del fútbol nacional.
El gorila muchas noches se descuadra con garabatos, entregándose a la vulgaridad y luego trata de aparecer en sociedad como caballero respetable. En la zona oriente, el consumo de píldoras del día después es mayor que en los sectores de menos recursos, pero muchos padres de la primera zona están contra la proliferación de la píldora, al igual que el condón. En Chile, los abortos son una realidad, pero hay sectores, como la derecha conservadora y la Iglesia Católica, que son incluso contrarios a abrir el debate, ajenos a que el problema es transversal y afecta a más familias y señoritas de las que las propias estadísticas dan cuenta.
Y para qué hablar de algunos honorables: “Señora, no se preocupe, le prometo que estoy pendiente de lo suyo”, o “camarada, yo me preocupo de la gente y si se cae el puente se lo levanto, aunque sé que esta tropa de ignorantes igual va a votar por mi porque no hay otro que les revuelva la perdiz mejor”. La mejor de todas es: “Cuando me vaya me llevaré lo puesto, ni un peso más del que tenía cuando comenzó mi mandato”.
Vivimos en una mentira social. Hacemos del entorno una rutina hipócrita. Si hasta nuestros saludos son mentira: “Hola, cómo estás, súper bien”... aunque estemos como el ajo. “Te llamo sin falta mañana”… a pesar de que ni agendemos ese compromiso. “La puntita no más”... esto es casi un chiste que resume los embustes sociales de la gran mayoría. Chaqueteamos a medio mundo, somos campeones para tirar para abajo, nunca quedamos mal y la mayoría de las veces replicamos con un sí a todas las peticiones, un sí falso, lleno de engaños, sin base y cómplice de compromisos desleales. La mayoría se dice cristiana, pero a su manera y conveniencia. Somos un pueblo que sigue mirándose el ombligo y repitiendo las mentiras de la historia, sin querer ver en nuestro interior y sacar fuera calamidades que sin duda nos mantienen limitados y lejos de ser libres.
* Publicado en el diario 'La Nación' de Santiago de Chile, el viernes 7 de octubre de 2005.
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