A uno le da pena la muerte de personas como Julio, Anguita, no sólo por el fallecimiento de un histórico de la Izquierda (que ya es decir mucho), sino, especialmente, por la pérdida de alguien que, en su ser, personificó a la verdadera Política, aquella con mayúsculas.
Me pasó lo mismo con la muerte de Volodia Teitelboim, de Ben Alí, de Fidel, entre otros: personajes con una lucidez superior, que entendían que la política debe ser el continuo proceso de confrontación de las ideas, del pensamiento, de la crítica y autocrítica, y de la capacidad de argumentación de las mismas, y llevarlas a la acción.
Da pena, además de la pérdida de dichas figuras, porque aquello aparece tan lejano a la suplantación de lo que es el QUÉ-HACER político (con total minúscula hoy), vulgar, bruto, chabacano, imbécil, que no tiene problemas en recurrir a la burla fácil, ridícula, tamiz que acude raudo en usar al racismo, la homofobia o la misoginia (por sólo mencionar a algunos recursos retóricos), si se trata de atacar "al del otro lado". Como he dicho en otras ocasiones, de la derecha lo puedo comprender, pero ¿¡de la izquierda!?, ¿cuántas veces no tengo que observar, con desagrado, que se ataca a los personajes de la derecha con "memes" que se basan en algún rasgo físico, u otorgando connotaciones de homofobia o misoginia?; da lo mismo la argumentación y explicar porqué el otro, la otra, no tiene razón, sólo basta el ridiculizar.
Me niego al recurso trivial, flojo, sin esfuerzo. Y valgan los recuerdos de quienes son muchísimo más lúcidxs que uno para reivindicar la Política, sin ambages ni dudas, en que la capacidad de pensar y de la ética, y su fomento, sean la bandera del humanismo y progresismo que se necesita, especialmente en días en que la brutalidad pasea (con o sin cuarentena) de forma campante.
Comentarios