"Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde", reza el viejo adagio, más asociado a los avatares vinculados a idas relaciones personales.
Pero, yo lo venía discutiendo, de cuando en vez, en los últimos años, con amigos (de esos que te aguantan los desvaríos intelectualoides, claro): ¿cómo los marxistas, en nuestra larga lucha contra el capitalismo, no asumimos el consolidar al Estado de bienestar, y de ahí para arriba conquistar, perseguir metas? Eran de esas añoranzas por un amor mal correspondido, ahora que sopesabas toda la valía de su querer; de tanto putear a la socialdemocracia con sus continuos coqueteos y contubernios con la derecha, ahora la derecha no sólo se quedaba con la socialdemocracia, sino que también destruía lo único decente (y no menor) que esta había logrado, el tan poco valorado welfare state. Ahora eran tiempos neoliberales, los ladrillos del derruido imperio soviético eran lacerados desde la raíz, el capitalismo aparecía como amo y señor, y los eternos (y nuevos) candidatos a revolucionarios preferían enarbolar las banderas de un club de fútbol (o de una "atractiva" ONG) que las de las viejas (pero nunca desfasadas) utopías. El verso quevediano del "poderoso caballero, don dinero" hacía pasar a las personas de ciudadanos a consumidores, en que ya no elegías a un candidato, a una idea, sino a un producto cualquiera del marketing: inasible, fugaz, desechable, inconsistente.
Los mil años del capitalismo (cifra dada para cualquier pretensión de totalidad, como si la Historia fuese pasiva con las pretensiones de "estabilidad"...), tan cacareados, "urbi et orbi", a inicios de la última década del siglo pasado, con sabor a McDonald's y "Coke", no duraban ni tres lustros cuando unas traicioneras aeronaves se estrellaban contra las gemelas neoyorquinas, por aquellos muyahidines que, de tanto ser adiestrados por la CIA y el Mossad en los avatares de la guerra fría, realmente se habían comprado el cuento de que podían derrotar a un imperio sin que este volteara a los precios del barril de petróleo, y la primera pata de ese binomio "exitoso y eterno" de los noventa, el "fin de la Historia" y la eternización de la democracia liberal, sin convulsiones, era demolida sin más.
La otra pata, la del compás ahora cojo, la de la globalización neoliberal, hizo su tanto vengativo un buen rato, manteniendo a la distopía capitalista con relativa estabilidad, hasta que en 2007 el ensayito de reacomodo geopolítico (en épocas de BRICS y "socialismos del siglo XXI") se le escapó de las manos, porque el Gran Dragón no perdió buena salud, y porque el mundo (por lo menos, los que mirábamos a la señalada distopía con mucho de fruncir el ceño) no quedó en la acostumbrada pasividad que nos acostumbraron los aburridos años noventa (no lo sabrá Chile...).
La otra pata, la del compás cojo, quedó a medio funcionar, porque a alguien se le ocurrió preguntar por ahí, invocando la añoranza del amor malquerido: ¿dónde quedó nuestro Estado de bienestar? Suspensa la pata coja, y con cierta "estabilidad"... hasta ahora.
Sí, es verdad: me dirán (y, no con poca razón) los dogmáticos de siempre, que el welfare state no fue sino la aplicación con soltura del keynesianismo, aquel que le salvó tan bien la vida a un capitalismo herido profundo en el fragor revolucionario post Primera Guerra Mundial y contuvo, en el entonces naciente proceso de guerra fría, a aquel fantasma que, venido del Este, como bien escribiese Alberti, nosotros llamábamos "camarada". Pero, en momentos de tanta barbarie (económica, ecológica, sobre nuestros pueblos aborígenes, y los/las parias de siempre), ¿no será momento de una tregua entre nos, para entender que el "enemigo" siempre ha estado al frente, y no al lado?
Un virus, una pandemia, con tanto de biopolítica a su lado, tiene esas peculiaridades: nos quita las certezas, aquellas que, en momentos de "normalidad" nos hacen ¿funcionar? tan bien. Socialismo o barbarie se tituló la revista que fundasen Castoriadis y Lefort iniciada la guerra fría, y se convirtió en la consigna vital con que reconocimos la lucha por la sobrevivencia de la Humanidad.
Hoy, la lucha es tan o más fraticida, incluso en los cálculos más optimistas, hacia un incierto futuro. Humanidad/Humanismo o barbarie debiese ser la consigna, aunque sea por ahora, frente a la voracidad de una pandemia bacteriológica (el Covid19), y de una pandemia económica (el neoliberalismo), ambas con pretensiones depredadoras. Y el malquerido Estado de bienestar, con todas sus falencias, aparece como esos amores que, con el tiempo, como el vino, tienen una cepa que alcanza mejor sabor y textura.
No es la solución definitiva, ni la más perfecta. Ya habrá, mañana, otro día, para reafirmar nuestras posturas. Primero, demos paso a que exista ese mañana.
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