(discurso pronunciado en el acto "Para no olvidar", realizado en el Centro Cultural El Juglar, de la Ciudad de México, para la comunidad chilena en la ciudad, realizado el día martes 11 de septiembre de 2018).
Compañeras,
compañeros.
Buenas
tardes.
Como desde
hace 45 años, nos reunimos para recordar un nuevo aniversario del golpe de
Estado fascista que derrocó al Gobierno Constitucional del Presidente Salvador
Allende. Como desde hace 45 años, lo hacemos con el profundo dolor de lo que
aquello generó, incluyendo el quiebre del exilio, la frustración de los sueños
por un Chile mejor, la violencia institucional instaurada como norma, las
llagas imborrables de la tortura y la memoria indeleble de los compañeros
asesinados y desaparecidos.
Sin embargo,
después de casi cinco décadas, este aniversario nos sorprende con nuevos y
dolorosos desafíos. Tal como hace ocho años, tenemos que lamentar la vuelta al
poder del mismo sector causante del quiebre dramático de la democracia que hoy
recordamos. Y, aunque su vuelta vuelve a ser por los cauces de las elecciones
libres y limpias, estas no pueden borrar la esencia profundamente antidemocrática
que, como ADN, sigue conservando la derecha chilena: esencialmente pinochetista,
clasista y despreciadora de todo lo que tenga que ver con el Chile más
solidario, humano y popular.
Lo anterior,
pareciera ser reflejo de la frustración de la reciente derrota electoral, tan
triste en las cifras como que implique la vuelta a un personaje y un sector que
representa los antivalores más profundos de la democracia. Sin embargo, son los
hechos, los duros hechos, en estos breves seis meses del actual gobierno, los
que nos llevan a señalar estos juicios de manera tan tajante.
Para
empezar, el eje de lo que hoy nos vuelve a convocar: la necesidad de preservar
la memoria histórica de Chile y de los chilenos, de los que estamos afuera y de
los que viven en el país, de las generaciones que tocó presenciar el golpe como
de los que nacieron y crecieron en dictadura, así como de las nuevas generaciones.
La memoria histórica de Chile, especialmente la referida a estos últimos 45
años. Esta ha sido profundamente atacada y minimizada, hasta despreciada, por
funcionarios y dirigentes políticos del gobierno de derecha. No se trata sólo
de la designación de personajes siniestros como el ex ministro Mauricio Rojas,
quien representa precisamente la desmemoria; ni siquiera los de un canciller
(esto es, la cara de Chile en el exterior) con las mismas “credenciales”.
Estamos, qué duda cabe, ante un ejercicio constante del actual Ejecutivo (y de
quienes le siguen) por relativizar las causas del quiebre de la democracia que
supuso el derrocamiento del Presidente Allende, y con ello tratar de justificar
la imposición del modelo neoliberal, que hasta hoy se impone con ese sello de
fuego y sangre.
Es aquí en
donde corresponde destacar la pronta reacción del país, sobre todo desde sus
protagonistas provenientes del mundo artístico, quienes no dudaron ni un
momento en desafiar los arribismos y prepotencia del actual gobierno chileno y
sus funcionarios, y decirle que, aunque dormida, ahí está el alma de Chile, con
la latente memoria, que no olvida, que no justifica, que no relativiza y que
tampoco perdona. No pudimos, sobre todo quienes lo presenciamos desde el exterior,
sino conmovernos profundamente ante el masivo y sentido acto que se dio, a
partir del desagravio a la ofensa oficial dirigida al Museo de la Memoria y los
Derechos Humanos: miles de personas, atentas durante horas en su explanada y
sus contornos, disfrutando del mensaje y creación de artistas comprometidos con
-precisamente- la memoria y los derechos humanos, pero también diciendo
presente de manera activa y atenta, desafiante a cualquiera que, desde La
Moneda o la televisión, pretenda negar esta verdad.
Lo anterior
nos lleva a volver en el ex ministro Rojas y el inefable aprendiz de canciller.
Aunque son los casos más patentes, más evidentes y con mayor protagonismo
político, no deja de ser preocupante que sigan presentes personajes con amplia
pantalla mediática, expresada en diversas formas de poder, que no tienen ningún
problema en no sólo relativizar al golpe de Estado y sus efectos, sino sobre
todo la dictadura cívico-militar, en toda su esencia (por ejemplo, la
abominable Patricia Maldonado). Mucho se ha referido, y con absoluta validez,
de la imposibilidad de ver en países que han sufrido regímenes represivos el
tener en pantalla y dar por válidos los corifeos apologetas de aquellos
regímenes represivos; ejemplo recurrente es Alemania, en donde incluso la
reivindicación pública del nazismo es sancionada con cárcel. En Chile, en el
Chile de hoy, eso se expresa cotidianamente, no sólo a propósito de fechas como
las que recordamos hoy; así ha sido en estos 28 años de la larga transición a
la democracia.
Pero, el
gobierno de piñera ha entregado un particular ingrediente: la entrada al
protagonismo justificador de los llamados “conversos”; es decir, aquellos que
en algún momento figuraron como izquierdistas, pero que hoy son profundos
convencidos de las “bondades” del neoliberalismo. Ante el continuo mensaje de
la derecha de declararse vencedora en el combate de las ideas, se llama
“conversos” a los que perfectamente pueden ser catalogados como “traidores”:
tanto Rojas como Ampuero, esos “niños símbolos” del piñerismo, tienen en común haber
estado en el ímpetu juvenil revolucionario de los ’60 e inicios de los ’70, en
haberse aprovechado hasta el máximo de la solidaridad internacional que suscitó
nuestra tragedia y el exilio, y, cuando los tiempos “ameritaban”, entregarse
sin vergüenza alguna a las promesas de oropel del neoliberalismo triunfante.
Aunque aparentemente divergente, es exactamente el proceso de blanqueo de
tradicionales funcionarios y dirigentes de la derecha, quienes pretenden
demostrar pseudo credenciales democráticas: así, un Chadwick (que no sólo está
lleno de parientes en el gobierno) que hoy se jura “allendista” en la época de
la UP, cuando fue parte de aquellos jóvenes pinochetistas del aborrecible acto
de Chacarillas, ministro del Interior en los dos gobiernos de Piñera e impulsor
continuo a la represión al pueblo mapuche; o un Allamand que se declara como
“antipinochetista”, cuando fue parte del comando del Sí en el plebiscito de
1988 y ha continuado ligado a la coalición que se declara “heredera” del legado
dictatorial; o, una Evelyn Matthei, quizá el más claro ejemplo de este
“carerrajismo”, cuando declara que ella y su padre (el ex integrante de la
junta golpista) jamás fueron pinochetistas… no hace falta, creemos, profundizar
en la falsedad de estas declaraciones. Pero, todos estos ejemplos representan,
es muy probable, un punto en común: las ideas no valen, las convicciones no
existen, las lealtades son sólo con la conveniencia particular y antojadiza.
Difícil construir un Chile que valga la pena con este tipo de dirigentes…
Sin embargo,
no creamos que las “penas del infierno” están reservadas a los merecedores
derechistas. Lamentablemente, hay que decirlo con la pena de la frustración,
pero claramente: también hay culpas de la Concertación y la Nueva Mayoría en
estos hechos que condenamos. No olvidemos que fue durante el gobierno de Aylwin
cuando se instala aquella desafortunada frase (instaurada como política
gubernamental) de “justicia en la medida de lo posible”; tampoco olvidemos que
durante el gobierno Ricardo Lagos, entre otras cosas (CAE, ENDESA y MOP-GATE de
por medio), se dio paso a la reserva de información de la Comisión Valech y los
resultados de su Informe: así, cualquier información que pudiese servir como
testimonio para juzgar en los tribunales a quienes aún permanecen impunes de
los crímenes de lesa humanidad ocurrida durante la dictadura cívico-militar,
sólo podrán conocerse el año 2060... Ni siquiera la ex presidenta Bachelet sale indemne de este
condenable resumen: el incumplimiento del cierre del Penal de Punta Peuco, en
donde los criminales de la dictadura viven bajo condiciones que muchos chilenos
quisieran en libertad, es sólo la expresión más dramática de una falta de
voluntad de la elite política, de derecha y centro izquierda, por avanzar en
justicia y verdad en las graves violaciones a los derechos humanos. Esto ha
adquirido penosa notoriedad con el actual gobierno, en donde sobran las voces
de otorgar, como sea, libertad a los represores de Punta Peuco, como ha quedado
demostrado con algunas recientes sentencias de la Corte Suprema de Chile en ese
sentido, que incluso lleva a la actual discusión de una acusación
constitucional en contra de los ministros del máximo tribunal que resolvieron
en esas sentencias. Parece que vuelven a salir a flote los pactos de impunidad
post plebiscito de 1988, que sólo se empezarían a resquebrajar hace precisamente
veinte años, cuando el tirano fue detenido en Londres.
Con todo, la
memoria de un país no se puede reducir a hechos del pasado, y defender su real
dimensión. También tiene que ver con su proyección en cuanto a qué queremos o
no como país, y cómo podemos incidir para ayudar a un mejor país evitando los horrores
del pasado. Esto es lo que tampoco ha aprendido el actual gobierno, más bien no le
interesa aprender, respecto del pueblo mapuche. Según el Informe Rettig y las
informaciones complementarias posteriores, fueron 171 los comuneros mapuches
asesinados durante la dictadura cívico-militar; es decir, poco más del 5% del
total de víctimas según cifras oficiales. Todos ellos estaban profundamente
comprometidos con el proyecto de justicia social de la Unidad Popular, o
también en la resistencia activa a la dictadura. En ese entonces, como hoy,
reivindicaban la defensa de su identidad, cultura y autonomía ante un Estado
chileno que, constantemente (salvo contadas excepciones, como en el Gobierno
Popular), no sólo ha permanecido indiferente a sus legítimas exigencias, sino
que ha reaccionado reprimiéndolos de las formas más abominables, incluso bajo
el calificativo de terroristas. Es este el contexto bajo el cual hay una nueva
arremetida, iniciada con la indefendible “Operación Huracán” durante Bachelet,
pero profundizada con la actual “Operación Jungla”, en donde el actual Gobierno
ha dejado en claro que no conoce de razones, sólo de la vocación represora de
carabineros y las fuerzas armadas.
Estas afrentas
al pueblo chileno se expresan en otras manifestaciones: el ex Ministro de
Educación que no sólo sale diciendo que sus hijos son “campeones” por tener
muchas novias (imagínense si diría lo mismo si tuviera hijas…), sino que los
colegios que piden ayuda urgente de sus problemas deben “hacer bingos” en vez
de recibir la ayuda del Estado; del Ministro de Hacienda, que señala que los
mejores negocios de los privados deben hacerse sacando la plata del país; del
Intendente de Valparaíso, que señala que los descontentos que se expresan en
Quintero ante la grave crisis ambiental son provocados por infiltrados, o que
se apresura en decir que la ENAP, empresa estatal, es la culpable, cuando hay
otras empresas químicas de privados; de la Ministra de Medio Ambiente, que
tiene vínculos con las empresas privadas que ayudan a la contaminación en
Quintero, pero también culpa a la estatal ENAP como exclusiva causante de la
tragedia. Pero, también en la oposición al aborto (aunque sea en tres
causales), en el regateo mezquino del sueldo mínimo, en la imposibilidad del
cambio constitucional, en el aumento de la desigualdad de ingresos, en la
represión a los estudiantes, o del desempleo.
Todo lo
anterior, nos da la convicción de una memoria histórica reforzada. En la
memoria que enfatice el recuerdo del 11 de septiembre de hace ya 45 años, pero
también en la proyección que ese modelo triunfante tiene hasta el día de hoy.
Una memoria histórica que debe evitar ser borrada, pero que también debe
direccionar su obstinación a las luchas actuales y del futuro: las de los
estudiantes, los trabajadores, las mujeres, los pueblos indígenas y
originarios, los de la tercera edad, los campesinos. Los mismos sectores
derrotados hace 45 años. Los mismos que nos exigen continuar con la memoria y
con el impulso que esta otorga a la necesaria lucha, aquí y allá. Esa es
nuestra tarea, por eso actos como los de hoy no se reducen a la mera nostalgia.
La convicción de los sueños de ayer, los del Presidente Allende y los nuestros,
que sean los mismos que impulsen, de alguna u otra forma, un Chile más
solidario, justo, humano. La validez de que los sueños de ayer, a pesar de todo
lo sufrido en estos 45 años, aún siguen siendo potencial válido y rico para
imaginar y crear el Chile que todos los aquí presentes queremos, y merecemos.
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