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EL ACTOR ÓSCAR CASTRO Y JULIETA RAMÍREZ, DETENIDA DESAPARECIDA

Domingo 27 de noviembre de 2005
Todo sobre su madre
Su único delito fue hacer lo que toda madre hace: visitar a un hijo en la cárcel. El 30 de noviembre de 1974 fue hasta Tres Álamos. La detuvieron y no apareció más. El miércoles la justicia irá tras Pinochet por este y otros crímenes. En diciembre, un examen ADN revelará a Óscar Castro si los restos hallados en el patio 29 corresponden o no a los de su vieja. Si no, se inventará un funeral para sepultar el dolor.
Antonio Valencia, La Nación
Fue un sábado. El último de noviembre de 1974. El calendario marcaba 30 y el despertador sonó temprano. No era un día cualquiera. Por primera vez desde que los hermanos Marieta y Óscar Castro sufrían la cárcel, María Julieta Ramírez, madre de ambos, podría visitarlos en Tres Álamos. La noche anterior, ella había ordenado todo lo que llevaría consigo. Cosméticos, comida y otras cosas para su hija. Ropa, comida y otras cosas para su hijo.
Ese sábado no fue sola. La acompañaron Juan Mac Leod, pareja de Marieta y compañero de tablas en el perseguido teatro Aleph de Óscar Castro, además de Anita, entonces esposa de Castro. Era un día en que sólo se podía visitar a las mujeres, pero permitían hacer llegar encomiendas a los prisioneros. Con 65 años, la señora Julieta nunca supo de militancia ni de actividad política alguna. No tenía nada que temer, nada que ocultar.
“Mi madre fue asesinada y desaparecida nada más que por cumplir su rol de mamá: visitar a un hijo en la cárcel”. Óscar Castro carga el dolor hace 31 años. “El dolor era tan grande que prefería guardarlo. Ahora, ese dolor se ha transformado en una deuda de amor con mi madre”.
Cuando Julieta se enteró de que podía ir a ver sus hijos se le ocurrió llevarle cosméticos a Marieta. “Con toda la inocencia del mundo, agarró varias cosas y las llevó a la cárcel”, narra su hijo. Ya en Tres Álamos la revisan a ella y en una sala aparte chequean los artículos que llevaba a sus hijos. “Pase por acá, señora”, le dice un carabinero sin aparente brusquedad. Nada raro parecía suceder.
“Por eso, ella se da vuelta y toda feliz dice: ‘Parece que me van a permitir ver a los niños’. Mira cómo son las cosas... Mi madre nunca pensó que algo grave pasaba. Nunca. ¡Hizo ese camino feliz pensando que iba a ver a sus hijos!”, se impresiona hoy el actor.
Segundos después, el mismo camino de Julieta lo siguió su yerno, Juan Mac Leod. Pero Anita, no. La mujer de Castro no entendía nada. “Pero si yo vengo con ellos, ¿por qué no tengo derecho de verlos?”, indagó Anita. “¡Salga de aquí!”, le gritó otro policía. “Pero si vengo con el...”, insistió. “¡Salga de aquí! ¡Fuera de aquí!”, ladró otra vez el sujeto de verde.
“La Anita se fue indignada y se quedó afuera esperando horas y horas... Pero no salieron nunca. Ni la mamá ni Jhonny”, recuerda Castro. “Se los llevaron a Villa Grimaldi junto con mi hermana”.
Era parte del plan para que, bajo amenaza, Castro soltara nombres en los interrogatorios. Para que delatara.
LAPIZ LABIAL
Ese sábado, Óscar Castro no supo nada de lo ocurrido y a los pocos días recibió la ropa que su madre le envió. Durante esa semana, varios presos le comentaron que habían llevado detenida a una mamá que vino a ver a una hija. “Yo no lo relacioné, para nada. No tenía idea qué había pasado”, anota. El domingo siguiente, día de visitas para hombres, hasta Tres Álamos llegó a verlo Anita. Él pregunta y ella le cuenta: “Sí, es verdad. Se la llevaron”.
¿Por qué? La historia retrocede. Óscar Castro y su hermana caen presos una noche del 74. “Yo no pertenecía a ningún partido, pero tenía amigos que militaban”, menciona. En una ocasión, al borde del toque de queda, golpeó su puerta Nancho Aguiló, jefe del Frente de Trabajadores Revolucionarios del MIR. Estaba con su mujer y su hija. “Yo sabía que si no lo dejaba dormir en mi casa, lo mataban”, cuenta Castro.
Su hogar sirvió de refugio para Aguiló en varias ocasiones. Hasta que en televisión aparecieron cuatro miristas detenidos. “Uno de ellos dijo que Nancho, a veces, dormía en mi casa”, revisa Castro. Por eso cayeron él y su hermana. Días antes, alertado por la TV, Aguiló sacó sus cosas de la casa del actor para buscar nuevo amparo. Pero no se llevó todo.
En la querella contra Pinochet por el secuestro y la desaparición de Julieta Ramírez –el desafuero será visto este miércoles en tribunales– se precisa que entre las pertenencias que la madre llevó a su hija había “un lápiz labial en cuyo interior se habría encontrado un microfilm con contenido político, lo que ella ignoraba”.
Doña Julieta fue interrogada por el coronel Conrado Pacheco, llevada a Cuatro Álamos y puesta en manos de la DINA. En Villa Grimaldi fue vista por última vez el 23 de diciembre de 1974.
Óscar Castro tiene hoy 58 años y hace 30 que está radicado en París. Allá, El Cuervo rearmó su vida desde el exilio. Producto de su notable trabajo teatral, en 1990 fue condecorado por el Gobierno galo como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. Ese mismo año, una pequeña comuna francesa homenajeó a su madre rebautizando una plaza con el nombre de Julieta Ramírez.
“Nunca me ha gustado que esto parezca una tragedia. Yo no lo vivo así”, dice. Cuenta que el teatro le ha permitido observar la realidad de otro modo. “La vida es una bella y trágica aventura, y el dolor mío no es distinto del de otros chilenos que les tocó vivir el peso de la historia”.
Luego, da un paso más. Su voz no tiembla. “Me han preguntado si me siento responsable de la muerte de mi mamá y si eso no me deja dormir tranquilo. Y digo no. No soy responsable de la muerte de mi madre. Tampoco lo es el Nancho Aguiló. El único culpable es ese criminal y ladrón que todo el mundo conoce. Yo no podría dormir tranquilo si no le hubiera abierto la puerta al Nancho y saber al otro día que lo mataron”
HERMÓGENES Y PABLO RODRÍGUEZ
Durante años, Castro no ha descansado preguntando a ex prisioneros cuándo y cómo la vieron por última vez. En una ocasión le contaron un episodio de horror. “Vieron al coronel Conrado Pacheco arrastrándola del cabello por los pasillos. Imaginar eso... ¡Una mujer de 65 años!”.
Óscar Castro padre, agricultor de Talca, murió a los 86 años sin entender qué había pasado con su esposa. Su hija Marieta falleció en un accidente de tránsito con la misma pena inundándole el alma. En 1974, de la noche a la mañana, don Óscar se encontró con dos hijos presos y su mujer desaparecida. “Veinte años después, aún me decía: ‘Cada vez que suena el timbre tengo la sensación que puede ser la Julieta’. Es terrible que a un hombre no le permitan hacer un duelo”, evoca el actor.
Antes de partir, su padre hizo innumerables gestiones para saber el paradero de Julieta. De tanto insistir recibió una carta firmada por Pinochet donde le informa que su mujer no había sido detenida. En fechas más recientes, Manuel Contreras, ex jefe de la DINA, señaló que, como otros desaparecidos, Julieta Ramírez fue lanzada al mar a la altura de Los Molles.
“Pero como no confío ni en Contreras ni en Pinochet, esperaré los resultados del examen de ADN para saber si unos restos que hay en el Médico Legal corresponden a mi mamá. Los exámenes estarán en diciembre”, dice Castro.
En los próximos días, también espera toparse en tribunales con el abogado de Pinochet, Pablo Rodríguez Grez. Había poca luz, pero él no lo olvida. “Estando en Tres Álamos llegó él, al igual que Hermógenes Pérez de Arce, como parte de una comisión. Pedí hablar con Rodríguez y me dijo: ‘No tengo nada que hablar con usted’. Más tarde, casi de noche, me mandó sacar de la celda. ‘¿Qué quiere?’, preguntó. Le conté lo de mi madre, y tras guardar silencio me dijo: ‘No se haga ninguna esperanza’”.
¿Y SI NO ES ELLA?
Óscar Castro suele actuar guiado por el impulso que lo empuja primero a hacer y luego, con cierto desfase, a dimensionar algunas cosas. “Cuando me llamaron a París y me dijeron ‘hay unos restos que pueden ser de tu mamá’, sólo atiné a comprar los pasajes. Nada más”. Recién de regreso a Francia calibró el íntimo proceso.
“En el avión me di cuenta de que esta historia es una pena que voy a arrastrar toda la vida. Por eso, si los resultados de ADN dicen que no son los restos de mi mamá, tomé la decisión de inventarme un entierro para mí. Voy a encontrar un lugar en San Miguel, voy a invitar a mis amigos y haré un acto para enterrar la pena. Eso. No quiero que esta pena sea hereditaria”.

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