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La intifada de París


La ola de violencia que vive Francia estas últimas semanas ha puesto al descubierto la cruda realidad social de la población de los suburbios. Excluidos de la sociedad y con escasas posibilidades de ascenso social, los jóvenes que allí viven han perdido las esperanzas de un futuro diferente al de sus padres. Pese a ello, exigen el respeto de las autoridades.
La Nación
Lorena Bellemans*


Clichy-sous-bois, epicentro de la violencia urbana desencadenada hace dos semanas en toda Francia, intenta en vano ofrecer una cara amable a sus nuevos visitantes. Se respira adrenalina en esta selva de concreto en el borde occidental de París, en que viven 12 mil personas. Las miradas de los policías desde sus patrullas generan recelo: no se sabe si protegen o amenazan.
Los destrozos -paraderos de buses, cabinas telefónicas- testimonian aún las 12 noches de infierno. Al mismo tiempo, la arquitectura vetusta y degradada de los edificios testimonia más de 20 años de olvido oficial.
Dos árabes magrebíes altos y delgados me miran con curiosidad y desconfianza. Cuando empiezo a hablar, uno de ellos amenaza: “No se te ocurra prender eso [la grabadora], porque te rompo la cabeza”. No la prendo, y él se suelta: “No tengo miedo de hablar, pero tú no sabes lo que pasa aquí. Ahora está tranquilo, porque hay periodistas, pero la calma no va a durar”.
Pasa otra patrulla.
-Tengo 40 años y un hijo de 16 que está en la calle quemando autos. No estoy de acuerdo con lo que están haciendo, porque eso no nos va a beneficiar. Nosotros mismos somos los que vamos a pagar las consecuencias. Más impuestos, menos ayudas sociales, más estigmatización. Pero mi hijo no piensa igual y no quiere escucharme.

SEMBRANDO RESENTIMIENTO
La hermana de este hombre se une a la conversación: “Toda esta publicidad la pagaremos cara. Ya tenemos demasiados problemas en los suburbios”, dice. La patrulla pasa por tercera vez e intercambian duras miradas con nuestros entrevistados. “Mire a su alrededor”, dice la mujer, indicando el ajado edificio que está enfrente; “mire dónde vivimos. No tenemos trabajo. Los profesores deciden el futuro de nuestros hijos. Aquí, ningún chico puede pensar en ser médico, abogado o ingeniero; les cortan el futuro en la escuela”.
Según esta mujer, los profesores 'franceses-franceses' orientan a los muchachos a optar por un BEP (sigla en francés de la licencia de estudios profesionales), que los habilita para aprender oficios, en lugar del bachillerato (Bac), que permite entrar a la universidad. Su propio hijo, Medhi, fue uno de ellos. Como su hijo quería un Bac, cuenta, un día la directora del liceo la llamó para hacerla 'entrar en razón':
-Señora, su hijo no puede hacer el Bac general; no es para él.
“¡Ellos decidiendo el futuro de mi niño!”.
-¡Déjen que lo haga! -dijo la madre.
-No, señora, lo mejor para él es que aprenda un oficio y así pueda trabajar pronto.
­-¡Pero él quiere hacer el Bac general!
“Y si no fuera porque yo me puse firme, lo hacen abandonar la idea de ser algo más que carpintero o pintor de brocha gorda”, dice la mujer. “Hoy, mi hijo es paracaidista del Ejército francés gracias a que hizo el Bac. Como ve, hay muchas cosas raras, que no pasan en París y que la gente no conoce”.
Pero paracaidista o no, Medhi cayó hace unas semanas en un control policial. Aunque hizo valer su condición de militar, no se libró de los insultos: “Lo apuntaron con una pistola en la sien, en un simple control de documentos”, cuenta su madre.
-¿Qué pasa? ¡Soy militar! -dijo el joven.
-¡Cierra el hocico, desgraciado! -respondió el oficial.
“Le lanzaron cuatro policías, poniéndolo contra la pared. Ante su protesta, lo encañonaron: ‘¡Cállate, mierda! ¿Quieres hablar? Habla entonces, mierda; habla, árabe asqueroso’. Mostró entonces su carta y lo dejaron partir. Pero el resentimiento ya estaba sembrado”.
“Multiplique eso por todos los jóvenes que viven aquí y agréguele tres años del Gobierno de Sarkozy. Esa es la causa de lo que estamos viendo hoy en las calles”.
La madre de Medhi no justifica la quema de autos ni de las escuelas, aunque advierte: “Nada de esto es gratis”.
Desde 2002, el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, ha declarado como primera prioridad la lucha contra la delincuencia. La llamada 'tolerancia cero' se ha traducido en el aumento de los efectivos antimotines en los suburbios pobres, que reemplazan a la policía de proximidad, más preparada para el diálogo, la multiplicación de los controles de documentos y las detenciones por sospecha.

“FUERA SARKOZY”
Sigo caminando por el barrio. Nuestra presencia ya ha sido reparada por muchos jóvenes. Frente a una cervecería, 20 muchachos de entre 17 y 23 años observan de lejos sin dejar de conversar. A unos 10 metros, otro grupo cuyos miembros no superan los 30 años bebe cerveza y discute. Me acerco al grupo más joven. De tiempo en tiempo, los más 'viejos' vienen a verificar de qué se habla.
Todos se presentan como 'hermanos en la fe musulmana'. La religión es una de las pocas anclas en las vidas de estos muchachos, que han perdido su fe en la escuela y toda vía de socialización en los valores republicanos. El lanzamiento de dos bombas lacrimógenas en una mezquita la semana pasada fue como agitarles una bandera roja en los ojos. “Si hubiera sido una iglesia católica tendríamos al Ejército aquí. Hubo gente que se desmayó dentro de la mezquita, mujeres que entraron en pánico, pero a nadie le pareció escandaloso. No vino nadie a pedir disculpas”, dice Jimi, de 23 años, francés de origen argelino.
Al nombrar a Sarkozy los ánimos se inflaman. “No quiere escuchar, no le importaron nuestros hermanos muertos”, dice Amín, aludiendo a Zhad y Bouna, dos chicos del barrio electrocutados mientras huían de la policía el 27 de octubre, en pleno mes de Ramadán.
“El muy hijo de puta dijo que eran ladrones, cuando ni siquiera tenía pruebas”, agrega Amín, de 23 años.
-El lumpen es Sarkozy y el Estado. Ellos son la mafia, ellos los delincuentes. Siempre buscan culparnos de todo lo malo. Aunque no hagamos nada, se las arreglan para cagarnos a nosotros y luego se lavan las manos. Eso es lo que pasó también con el incendio de la mezquita. La policía tiró las bombas lacrimógenas y nos culparon a nosotros. ¿Cómo cree usted que vamos a hacer algo así, si lo que más respetamos es la religión? -se enerva Momó, de 22 años y de origen marroquí.
-No vamos a parar hasta que Sarkozy se vaya, todo esto es por él -agrega Jimi.
Luego de superar los tres mil vehículos incendiados en toda Francia, la prensa resolvió no dar más cifras, para no estimular la loca competencia entre bandas por quién atrae la mayor atención de flashes y proyectores. Por su parte, Sarkozy no renuncia a su discurso incendiario: “No tengo por qué pedir disculpas a nadie... no cederé a la presión de los delincuentes”, desafió.

“EL COLOR EQUIVOCADO”
Para estos muchachos era lógico que Zhad y Bouna hubieran intentado huir de la policía, en pánico, porque andaban sin documentos. Cualquiera que no tenga papeles es retenido mínimo cuatro horas en los retenes de policía. “Nos pegan cachetadas, nos quiebran [llorar], nos humillan un rato y luego nos sueltan. Habitualmente no tenemos ningún cargo, sólo sospechas. Todos aquí hemos sido arrestados al menos una vez. Y eso se repite todos los días, contra los ‘cabezas negras’ del barrio. ¿Qué queda? Pura rabia”, dice Jimi.
Cuando pregunto por sus proyectos responden con una carcajada al unísono: “Nosotros no tenemos proyectos, señora, tenemos el color de piel equivocado. Es imposible salir adelante con esta piel. Necesitamos trabajo, pero si un blanco presenta su currículum junto con nosotros, estamos sonados”, dice uno de estos muchachos que afirman buscar empleo desde hace años.
En los suburbios de las ciudades francesas, la cesantía llega al 30%, el triple de la media nacional. “Hace 20 años que la gente de aquí espera un cambio” dice Jimi. “Mire esos departamentos. Allá está mi padre con la columna rota después de haber trabajado toda su vida como cargador. Yo no quiero terminar igual. Por ello me la juego y vamos a continuar hasta que nos den las soluciones adecuadas. No quiero migajas, quiero un trabajo y que me miren igual que a todos los franceses”.
Ahora, todos hablan al mismo tiempo. Saben que la atención de la prensa es pasajera y aprovechan el minuto. “Este carnet de identidad no nos sirve de nada”, aclara Momó, mostrando su documento francés. "Somos franceses en el papel, pero en la vida real somos mirados como extranjeros. En dos años más obtendré el RMI (sueldo mínimo de inserción, de 600 euros mensuales) y me iré al país [Túnez] a buscar trabajo. Mis padres hace tiempo que se fueron. Aquí no hay futuro para mí”.
“¡Entre en un departamento de los que vivimos, señora!”, invita Samir, de 23 años. “Los ascensores no funcionan, no los han arreglado en años. No es normal. No tenemos luz en los pasillos, no pintan los departamentos hace siglos, la mierda nos llega al cuello hace años”. Más de 200 familias viven en cada uno de esos dinosaurios arquitectónicos, otrora promesa de una vida mejor.

LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD
En los últimos días han comenzado a incendiar las escuelas y centros sociales, que están ahí justamente para paliar estas desgracias. Pero ellos lo ven distinto: “La escuela es el comienzo de las humillaciones. Los profesores eligen por nosotros nuestro futuro. Tengo un vecino que tiene siete años de universidad y ahí está”, dice Tigoto, de 21 años, indicando los departamentos. “Aunque uno llegue a la universidad, los de París siempre valen más ante los ojos de los empleadores. Aquí hay profesores que no tienen ni el BEP y nos hacen clases. No hay ningún respeto por nuestro futuro. No les interesa”, alza las espaldas Tigoto, de origen argelino. “¿Cómo quieren que sigamos aguantando?”.
Amín, de 23 años y en busca permanente de empleo, se acerca de pronto al grupo. “Un día decidí invitar a mi novia a una discoteca parisina. Organizamos todo para ir. Me conseguí un auto, bonita ropa, etc. Pero cuando llegamos no nos dejaron entrar. Teníamos el dinero de la entrada, pero no el color de piel adecuado. Me sentí tan mal que juré no volver nunca más a pisar una discoteca en París. Esas cosas no se olvidan jamás”.
Otra carcajada cuando pregunto por los valores republicanos ¿La libertad, la igualdad y la fraternidad?: “No, señora, eso es para los franceses de piel clara. Para nosotros queda la mierda no más”.

LOS VECINOS SE ORGANIZAN
La Municipalidad de Clichy-sous-bois convocó a una reunión de vecinos para luchar contra la violencia callejera. La mayoría de los adultos está en contra de los motines y se han organizado para proteger los bienes de la comuna, turnándose en la noche para hacer guardia.
En el bus que me lleva de vuelta a París, la gente también quiere hablar. Pero nada de fotos: “Los únicos que salimos perjudicados somos nosotros, los que tenemos que trabajar y no podemos dormir en las noches. Son nuestros autos que están siendo quemados”, dice una mujer con su bebé amarrado a la espalda.
“Los jóvenes que se electrocutaron... es lamentable, pero no es razón para quemar escuelas, autos y cosas que son de la gente. Son bienes comunitarios, de los vecinos", dice Noël, originario del Congo (ex Zaire), que trabaja en el correo.
“Los muchachos dicen ‘nique ta race, Sarkozy [un golpe a tu raza], pero no es a Sarkozy a quien golpean, es a mí”, dice un señor que tuvo que observar cómo incendiaban su auto.
El Gobierno decretó el martes el estado de emergencia, acudiendo a una ley 'de contrafuego' de 1955, jamás utilizada desde la guerra colonial en Argelia. Pese a que los jóvenes arriesgan la cárcel, los motines no han terminado. Los diputados y las opiniones en contra han sido acallados con un sondeo: 85% de los franceses aprobarían la aplicación de la ley de contrafuego. Mi experiencia me deja escéptica. La Asamblea Nacional está lejos de la unanimidad que muestran las cifras ¿Será cierto que Francia ha decidido cerrar los ojos y taparse los oídos? LND
* Publicado en el diario 'La Nación' de Santiago de Chile, de 13 de noviembre de 2005.

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